
Descripción de Capítulo 6: en Viena hay un turcazo 5x5v3v
Federico García Lorca legó a la humanidad centenares de retazos de su alma en forma de poemas, obras de teatro, etcétera. Uno de aquellos primeros es Pequeño vals vienés, al que cantautores como Leonard Cohen o genios de la música como Enrique Morente después convirtieron en magia en forma de canción. Pues bien, el referido poema comienza con esta estrofa: «En Viena hay diez muchachas / un hombro donde solloza la muerte…». 6y4732
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En Viena, hay un turcazo.
Federico García Lorca alegó a la humanidad centenares de retazos de su alma en forma de poemas, obras de teatro, etc.
Uno de esos poemases, pequeño vals, viene es al que canta autores como Leonard Cohen o genios de la música como Enrique Morente después han convertido en magia en forma de canción.
Pues bien, el referido poema comienza con esta estrofa, en Viena hay diez muchachas, un hombro donde solloza la muerte.
Ahora nos vamos a 1532, a esa Viena, donde había más de diez muchachas acongojadas, no lo siguiente, y con razón porque en caso de conquista de una plaza, tras una se dio el futuro no era muy halagüeño para nadie, y andando turcos de por medio, menos.
Ese asedio venía de la mano de Solimán el Magnífico, también conocido en sus siglas en inglés acapor el turco grande, que se encontraba allí con un cerro y medio de soldados con unas ganas de jarana, que lo flipas, y en esa Viena no había hombro donde la muerte no hubiera sollozado ya, y lo que te ronda de morena.
A este escenario, Diego puso rumbo do Fernando Álvaro de Toledo Pimentel, y así que sí, tercer duque de Alba acompañado, para la ocasión, por su íntimo amigo y eximio poeta barra soldado, Garcilaso de la Vega.
No fue el único noble convocado por el emperador Carlos V, pues hasta Viena llegó lo más florido y granado de la nobleza española, y también de los soldados que vigilaban Italia.
El asunto fue vestido de cruzada, pues había que defender a la cristiandad de las hordas turcas, con lo cual más de uno y de dos también se plantaron en Viena a ver si les caía alguna cosa en caso de victoria, porque es lo que iban buscando, ¿para qué nos vamos a engañar? Lo cual le hizo una gracia que terriblas al emperador, valga como ejemplo estas palabras que escribió a la emperatriz meses atrás desde Rattiswana, Alemania.
Abro comillas, muchos grandes y caballeros de esos reinos se han movido y mueven para venir a servirnos en esta jornada, y que como quiera que holgaría que todos viniesen, parece que sería inconveniente.
Todo lo contrario ocurría con don Fernando, nieto de don Fadrique, al que Carlos V quería tener a su lado en tan alta jornada, sí o sí, por cierto, tan alta jornada que diría años después un soldado al que dejaron de aquella manera tras una escaramuza con otros turcos, vamos, Miguel de Cervantes, que el duque de Alba y Garcilaso de la Vega tuvieron una serie de problemillas antes de abandonar la península.
En Tolosa, a escasas lenguas de la frontera, van y le dicen a Garcilaso que ni de coña se va a marchar de allí y que queda preso.
¿La razón? Muy sencilla, había caído en desgracia y existía una orden expresa de la emperatriz para detenerlo.
Por resumir la cuestión, parece ser que había asistido como testigo a la boda en secreto de un sobrino suyo con una dama de la alta nobleza.
La boda no habría sido aprobada por la corona, por lo que había orden de detenerlo, o al menos así lo explica Manuel Fernández Álvarez en la biografía que dedica al duque de Alba.
¿Y qué hizo don Fernando? Pues montar un Jari, pero un Jari gordo gordo, o vive conmigo o este que está aquí no va bien a niar todo esto a Lisdaia, que es una marca de vodka.
Total, que al final ha premiado para que saliera cuanto antes de Tolosa el duque puso rumbo a los Pirineos por la aposta, pero llevando consigo a Garcilaso, quien le agradeció el gesto con estos versos.
De todos escogía el duque uno, y entre ambos de consumo cabalgaban, los caballos mudaban fateados.
Pero fue llegar a Ratisbona, donde Carlos V se encontraba, y sin duda ponerse más serio que su esposa.
Con consecuencia, Garcilaso fue desterrado en la isla del Danubio.
Mientras, en Ratisbona, pues iban llegando hasta allá noticias, a cada cual más acongojante su nombre.
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