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Pater Ugalde. Tu cura en la red
El ajusticiado

El ajusticiado 2ycv

29/3/2025 · 56:00
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Pater Ugalde. Tu cura en la red

Descripción de El ajusticiado 34575s

Lectura del libro, el ajusticiado, de Pilar Urbano 6e5q1f

Lee el podcast de El ajusticiado

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Comienza tu cura en las ondas con el padre Íñigo Ugalde.

Buenos días, amigo de Radio María. ¿Qué tal andas? Espero que estés bien, espero que estés a gusto, centrado en la cuaresma y con las vistas, las miras puestas en la Pascua, en la gran fiesta, en el dogma principal de nuestra fe, que es Cristo muerto y resucitado.

Y para ayudarte, para colaborar en el bienhacer de tu cuaresma, de tu Semana Santa, quiero estos dos programas que tengo antes de que llegue la Semana Santa, pues ayudarte con unas reflexiones, con unas lecturas que a mí me han hecho bien, que a mí me han gustado y que espero que te gusten a ti también.

Entonces, ya sabes que esto lo puedes escuchar cuando quieras, en cualquier plataforma, estamos encantados, en la página web de Radio María o en tu cura en las ondas, en cualquier parte, Spotify, Evox, Telegram, yo que sé qué.

Y bueno, sin más, vamos a las lecturas para que te ayude a centrarte en este tema.

En el principio, el hombre fue creado para vivir, no para morir, para trabajar desde el señorío, sin fatiga, sin sudor.

Para dominar la naturaleza, no para padecer sus embates y sus furias, para gozar del universo en armonía y no en conflicto.

Todo en el paraíso era bello, todo era bueno, todo pujante, todo resplandeciente, todo era vital, el paraíso era una fiesta.

El mismo Dios autor y eterno a la vez miraba el universo y decía que era bueno, desde la flor del manzano hasta el último cardo, desde el primer diamante hasta el carbón más antiguo.

El mismo Dios, padre y eterno a la vez, veía por todas partes a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Con su pecado, trajo al mundo la soberbia y la mentira, la concupiscencia y la rebeldía.

Trajo el dolor, la caducidad y la muerte.

Con él conoció el mundo la ambición, la hostilidad y la guerra.

Con él, la vergüenza, el miedo, el disimulo.

El hombre inició su fuga de Dios.

Sin embargo, al evocar la fechoría de Adán, el pecado que sella nuestra naturaleza con el desasosiego y la tensión y nos tara con la debilidad y la tristeza, la iglesia, qué paradoja, nos sorprende cantando ¡oh feliz culpa! ¿Por qué feliz? Porque Dios es mucho Dios, infinitamente más potente para favorecer al hombre que el propio hombre para perjudicarse a sí mismo.

Y el destrozo de Adán le arrancaría a Dios una restauración insospechada, inmerecida, sobreabundante.

Andando el tiempo, lo que el hombre Adán dilapidó, otro hombre, Jesús, lo recuperó.

Y quienes habíamos dejado de ser amigos de Dios, empezamos a ser hijos de Dios.

Desde Adán hasta Jesús muriendo en la cruz, la humanidad atravesaba sus desiertos huérfana y a ciegas, errática, desbrujulada, peregrina hacia ninguna parte.

La gente vivió millones y millones de años.

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