
Sexo, mentiras y lujuria. Vol III 2k3l3f
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Hoy presentamos, Sexo, mentiras y lujuria.
Volumen 3.
Relato número 1, Mi madre y la pasión del fútbol.
Siempre se ha dicho que el fútbol levanta pasiones, y en los hombres de mi familia eso es algo que está más que comprobado. Mi padre me enseñó todo lo que se tiene que saber sobre el deporte rey y no nos perdemos un partido jamás. Esto, aunque no suene enormemente a mí y a mi padre, siempre ha sido motivo de discusión entre los mismos, ya que mi madre es antifútbol total.
Supongo que lo que más le molesta es que cuando hay partido, se siente invisible, pues mi padre y yo nos volcamos tanto en el fútbol que durante esas dos horas no existe otra cosa. Pero quitando eso, somos una familia feliz de Zaragoza. Yo me llamo Joaquín, tengo 22 años, estoy a punto de acabar la carrera de química y se puede decir que soy un chico normal, o al menos lo era. Mi padre, Pedro, tiene 47 años, es algo bruto, pero de los que caen bien a todo el mundo desde el primer instante, y es todo un hombre de familia. Mi madre, Ana, tiene 42 años, pero desde luego aparenta estar aún en los 30, y en muy buena forma por cierto.
Mantiene un culo prieto, con carne donde agarrar, llenando cualquier pantalón que se pone en una forma perfectamente redonda. Aparte de su culo, que ya me gustaría que tuviese mi novia, es muy esbelta en general, y con un rostro el que me gustaría haber heredado algo más que la barbilla.
Tiene los rasgos muy finos, con unos ojos color miel que siempre consiguen lo que quieren de mi padre y que además hacen juego con su pelo castaño. Pero lo que más llama la atención son sus tetas. Tiene unas tetas increíbles, bastante grandes sin ser enormes, y que hoy en día siguen llamando la atención igual que hace 20 años, y que igualmente siguen desafiando a la gravedad para mantenerse firmes y redondas. Como he dicho, el fútbol nunca había sido su pasión, pero pronto le encontraría el gusto a esto de tocar la pelota.
Todo ocurrió un día que volvíamos de visitar a la abuela, y el tráfico estaba horrible, con los tres muertos de hambre y encima mi padre y yo desesperados por no perdernos el Zaragoza Real Madrid. Al final cuando ya casi habíamos llegado a casa se había hecho tarde, estábamos agotados y mi madre demasiado cansada para cocinar, así que decidimos parar en algún bar del lugar para tomar algo.
Entramos primero mi padre y yo porque mi madre quería llamar a la abuela para ver cómo estaba, y nada más entrar al bar nos invadió el ambiente de noche de partido, que estaba ya en su segunda parte recién comenzada. Fuimos rápidos a la barra pues no había una sola mesa libre, y pedimos algo de comer para nosotros y también para mi madre.
Yo me fui acto seguido al baño, pues tenía que echar una meada y de paso fumarme un cigarrillo.
Por suerte era uno de esos baños con ventana al exterior, y aunque te mosquean mazo porque cualquiera de fuera te puede ver meando, viene genial para fumar a escondidas. Al cabo de un rato entró mi madre y parte del bar se quedó callado de repente. Era un bar de cincuentones, y allí no se veía a ninguna otra mujer que a una señora que había tras la barra que debería tener sobre la edad de mi madre, pero allí acababan los parecidos, porque a ésta sí que le habían pesado los años y hacía que mi madre en vez de aparentar los treinta y cinco que suele echarle la gente aparentase veinticinco. Además, mi madre ese día iba vestida con unos vaqueros bien prietos que le marcaban el culo a la perfección, y encima sólo llevaba un polo rosa algo viejo que había ido encogiendo con los años, y que marcaba sobremanera sus pechos.
A todos los hombres del bar se les caía la baba al ver a mi madre, y ella, ya acostumbrada a ello, cruzó el local decididamente hasta la barra. Mi padre y yo ya estábamos demasiado absortos en el partido y no le dimos importancia al repentino silencio, y lo mismo hizo todo el mundo porque enseguida ya se llenó el local de nuevo de gritos contra jugadores y árbitros.
En ese momento oí un comentario que mosqueó un poco, y al girarme vi a nuestra derecha, sentados en una mesa dos chavales de mi edad, que no paraban de mirar hacia la barra, donde estaba mi madre, y parecían desvestirla con la mirada.
—Coño mira, ¿has visto las tetas de la tía esa? De reojo pude ver cómo los dos chavales miraban y se reían de los comentarios hechos por cada uno sobre la anatomía de mi madre. Mi padre no se daba cuenta de nada en ese momento y mi madre, o no lo oyó, o decidió hacer oídos sordos.
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