
Descripción de Mi alumno aventajado 5d5962
Un alumno mexicano llegó a hacer unas prácticas en mi empresa y yo era la encargada de enseñarle e instruirle, pero acabé siendo su alumna en otros menesteres. _____________________________________________ Hola! Ayúdame uniéndote a Ivoox desde los siguientes enlaces: * Anual https://www.ivoox.vip/?-code=c7cb5289b6e940372f0f816d1de4fe6e * Mensual https://www.ivoox.vip/?-code=9af38537eef891dabb408d0e292f3c38 *Plus https://www.ivoox.vip/plus?-code=208ff5ca551218eda9d25aad9113bc8c 3z104j
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Hoy presentamos, Mi alumno aventajado.
La última llamada por los altavoces avisaba el retraso del avión en casi dos horas.
Y eso era lo último que me faltaba. Si no estaba bastante cabreada por quedar fuera del nuevo proyecto de investigación en el que estaba metida día y noche, mi jefe me había hecho la simpática gracia de tener que cuidar de un niñato procedente de México que se iba a tirar quince días en España mi cargo asignado como alumno de un proyecto de videotelefonía.
Desgraciadamente ya había pasado por eso de tener que aguantar a un inexperto alumno, explicándole una y mil veces cada cosa detalladamente para que se llevase unos buenos apuntes de un trabajo que a mí me había costado años de trabajo y para colmo interfiriendo en mi día a día y mis otras muchas ocupaciones personales.
Ahora, además, me tocaba esperar el retraso de aquel avión, algo que me ponía cien y luego tener que mostrarme simpática y amable con ese mexicano, sobre todo para no deteriorar nuestras buenas relaciones con las empresas de aquel país, involucradas en el proyecto con varios millones de dólares de por medio.
Después de la tortuosa espera, acudí a la pasarela de llegadas internacionales con un cartelito entre mis manos que rezaba, alumno Félix Bolaños y debajo el nombre de mi empresa. Fueron pasando todos los pasajeros que me parecieron miles y cada cara de jovenzuelo que iba pasando parecía ser mi invitado, pero el tal Félix no aparecía. Justo en el momento en que me disponía a darme la vuelta, más irritada todavía de lo que estaba, al fondo del pasillo apareció la imagen de un joven que corriendo se acercaba con una bolsa al hombro.
Al verle me quedé atontada, pues no podía creer lo que veían mis ojos. A medida que aquel chico se aproximaba, más impresionada me quedaba. Debía tener unos 20 años, moreno, peinado hacia atrás y marcando una musculatura divina, bajo una ajustada camiseta y unos vaqueros gastados. ¡Qué pedazo de tío! Se puso a mi altura haciéndome olvidar de todos mis males y dejándome en mis pensamientos una frase que se repetía en mi cabeza, qué bueno está el chaval, ay, te hacía un favor que no veas.
Pero mi sorpresa no quedó ahí, ya que se me acercó y leyendo mi cartel sonriente me dijo.
Perdona, soy yo. Me quedé con la boca abierta y sin poder articular palabra. Hola, repitió él, estaba esclavando sus ojos negros en los míos, digo qué. Félix, soy yo, supongo que tú eres Lidia, mi tutora. Sí, esto, yo, esperaba. Perdona mi retraso, bueno el del avión no ha sido culpa mía, pero el mío es que perdí mi pasaporte y al fin lo encontré, esto, bueno, te estoy tuteando, espero no molestarte. No, claro, encantada, añadí dándole dos besos y la mano cordialmente a la que él se aferró con suavidad y firmeza al mismo tiempo. La verdad, Lidia, no te imaginaba así.
¿Así? ¿Cómo? Perdona de nuevo, quiero decir que no pensé que fueras tan joven y bonita, me imaginaba una ingeniera de mediana edad, no se me había hecho otra idea. No sabía qué decir ante aquellas amables palabras, pero lo cierto es que a mí me había pasado exactamente lo mismo, no imaginaba que aquel chico guapísimo pudiera ser mi alumno, pero es que además parecía simpaticísimo. Yo tampoco imaginé que fueras así. O vaya, quizás más mayor.
No, al contrario, pensé que serías un adolescente, hasta ahora todos los alumnos que nos han enviado eran de quinto o sexto semestre y tú, tienes... 22 años. Sí, antes enviaban a muchachos inexpertos, pero me han elegido para cooperar en una gran empresa, que supongo es la tuya, por eso te habrá sorprendido. Entiendo. ¿Y tú? ¿Cuántos? Vaya, otra vez de preguntón, perdona Lidia, si no es indiscreción. No, no me importa, tengo 35.
Qué bien, la mejor edad para una mujer. Añadió. ¿La mejor? Sí, dicen que las treintañeras son las que mejor disfrutan de la vida, de belleza, de conocimientos y de todo.
Es la edad ideal. No podía evitar mirarle la boca mientras me hablaba, aquellos labios que pedían a gritos ser devorados, aquellos dientes blancos y perfectos, aderezados con aquel cuerpo, esos brazos musculosos que con la tensión de su bolsa sobre su hombro parecían menores.
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