¿Qué podía salir mal? 3m1j2u

Bienvenidos al podcast de Ilustres Anónimos.

Bienvenidos y bienvenidas a Ilustres Anónimos.

Yo soy Víctor, que ya me conocéis, y hoy vengo con un episodio dedicado al arte de cagarla.

Pero cagarla con estilo, autoridad y total convencimiento.

Porque si algo ha movido la historia, además de la ansia de poder, el oro y algún que otro ego tamaño continente, ha sido el mal consejo.

Ese comentario dicho con una ceja alzada, una copa en la mano o un cubata, como decimos aquí, y una seguridad digna de un político en campaña.

Hazme caso que esto sale bien.

A ver, todos alguna vez hemos recibido consejos dudosos.

Preséntate a esa entrevista, aunque no cumpla los requisitos.

Lánzate, que seguro también le gustas tú.

Compra en criptomonedas.

Pero lo que vamos a repasar hoy son consejos que no solo salieron mal, sino que provocaron guerras, desastres, hundimientos y revoluciones.

Y todo, por no decir a tiempo un seguro que esto es buena idea, Paco.

Este es un episodio en clave de humor, sí.

Pero no por ello dejamos de ser rigurosos.

Porque a veces, para entender los grandes errores de la humanidad, hace falta ponerles una risa encima.

Como quien se tropieza en público y antes de que el suelo se lo trague se levanta y dice todo controlado.

Aquí no ha pasado nada, todo controlado.

Hoy pasaremos por invasiones invernales, barcos insumergibles que se hunden, mapas dibujados con resaca y frases históricas que nadie debería seguir jamás.

Así que, ponte cómodo, abre bien los oídos y sobre todo, no sigas ninguno de los consejos que escucharás en los próximos minutos.

O al menos, piénsatelo dos veces.

Empecemos.

Napoleón en Rusia. Vamos a hablar de Napoleón en Rusia, 1812.

Y se podría resumir como en tres semanas estamos en Moscú.

Bueno, pues imagina que eres Napoleón Bonaparte.

Llevas años ganando guerras, conquistando media Europa.

Te sientes invencible y de pronto sueltas algo así como, vamos a por Rusia.

Total, que puede salir mal.

Y ahí, ahí amigos, empieza la tragedia.

En junio de 1812, Napoleón lanza su famosa campaña contra el Imperio Ruso.

Cruza la frontera con más de 600.000 soldados.

600.000 soldados.

En la que sería una de las mayores operaciones militares de la historia.

Su plan era muy simple.

Meterse hasta Moscú, tomar la ciudad y forzar una rendición rápida.

Spoiler, no pasó.

Los rusos, liderados por el general Kutuzov, usaron una estrategia muy sutil.

Huir quemándolo todo.

Ciudades, campos, almacenes.

Bueno, Napoleón avanzaba, pero detrás de cada victoria solo encontraba cenizas y vacío.

Y cuando por fin llegó a Moscú, pues la encontró vacía y en llamas.

Los rusos habían evacuado y prendido fuego a su propia capital.

¿Y ahora qué? Pues ahora, invierno.

El invierno ruso.

Ese personaje secundario que mata más que cualquier ejército.

Las temperaturas bajaron hasta los 30 grados negativos centígrados.

Las rutas estaban cubiertas de nieve y el hambre comenzó a hacer estragos.

Para colmo, los rusos hostigaban continuamente a la retaguardia.

De los 600.000 soldados, como podréis entender, que entraron en Rusia, volvieron menos de 100.000.

Más de medio millón de ese resto.

Entre bajas, deserciones y congelaciones varias se acabaron quedando allí.

Como advertencia para futuros megalómanos.

Y podréis pensar que sí, que Hitler, por ejemplo, no tomó nota de esto.

Pero bueno, de eso podemos hablar en otro episodio.

Moraleja, si vas a invadir Rusia, hazlo en primavera.

O mejor aún, ni lo intentes ni lo hagas.