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Píldoras de Poder: la red que devoró al Líbano

Píldoras de Poder: la red que devoró al Líbano 134s5z

6/4/2025 · 18:06
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Ecos de Asia

Descripción de Píldoras de Poder: la red que devoró al Líbano 2a2n66

Detrás de cada frontera porosa y cada convoy militar en Siria, hay una sustancia pequeña, barata y devastadora: el captagon. Esta droga anfetamínica no solo alimenta adicciones; financia guerras, mantiene dictaduras a flote y se ha convertido en la principal exportación de un país colapsado. En este episodio especial, nos adentramos en los circuitos ocultos del narcotráfico regional, en el negocio que une a milicianos, gobiernos y redes criminales con un objetivo común: lucrarse con el colapso. ¿Cómo una pastilla llegó a dominar el corazón del Medio Oriente? ¿Qué rol juega Bashar al-Ásad? ¿Por qué Arabia Saudí y Jordania han declarado la guerra al captagon? ¿Y qué dice este tráfico del nuevo orden regional? Una historia donde la guerra no solo mata, también estimula. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2491431 1h445x

Lee el podcast de Píldoras de Poder: la red que devoró al Líbano

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Durante décadas, en los valles secos del este de Líbano, el negocio de la chiz era casi parte del paisaje.

Los clanes del Valle de Becá cultivaban, procesaban, y vendían como quien hereda una tradición.

El Estado lo sabía, claro, y de vez en cuando organizaba redadas para no perder la cara ante la comunidad internacional.

Pero en el fondo, todos participaban de un pacto no escrito, un equilibrio, un sistema donde todos sabían hasta dónde podían llegar.

Ese equilibrio se rompió con la guerra en Siria.

A partir de 2012, una nueva sustancia empezó a circular en la región.

No era una planta, era una pastilla, blanca, pequeña, muy fácil de producir.

Se llamaba captagón y venía para quedarse.

La diferencia era brutal.

Mientras el chiz requería cultivos extensos y temporadas completas, el captagón se fabricaba en laboratorios clandestinos con productos químicos y un puñado de máquinas.

Cada pastilla costaba menos de un dólar y se vendía en el golfo por 20 veces más.

Era el negocio perfecto, alto margen, bajo riesgo y una demanda creciente entre jóvenes, soldados y trabajadores de jornadas interminables.

Con la nueva droga llegaron nuevos nombres, gente como Hassan Daku y Mohamed Rashak.

No venían de clanes históricos, no tenían tradiciones que los atarán, solo ambición.

Eran discretos, calculadores y, sobre todo, eficaces.

En muy poco tiempo, tejieron redes que cruzaban fronteras, atravesaban comunidades y penetraban el corazón del poder libanés.

Estos hombres no necesitaban fuerza, tenían algo más poderoso billetes en dólares, compraban , compraban protección y cuando eso no bastaba, encontraban otras vías.

En paralelo, Líbano comenzaba a hundirse.

En 2019, su sistema bancario se vino abajo, los ahorros desaparecieron, los sueldos ya no alcanzaban ni para cubrir lo básico.

La pobreza creció de forma imparable.

Y en ese caos, el captagón se volvió una fuente de estabilidad para muchos, una salida, una promesa de ingresos en medio del derrumbe.

Siria también vio en la droga una oportunidad.

Aislado por las sanciones y con la economía hecha trizas, el régimen de Bashar al-Assad convirtió el captagón en una política de estado.

La Cuarta División del Ejército, liderada por su hermano Maher, se encargaba de todo desde la producción hasta el transporte.

No se trataba ya de un crimen, era un plan nacional para sobrevivir.

Así nació un nuevo mapa del narcotráfico.

Líbano era el nodo, Siria el productor y los países del Golfo los compradores.

Cada eslabón necesitaba al otro, cada uno protegía al siguiente y todos ganaban.

Hoy, el captagón no es solo una droga, es un sistema, una red que financia políticos, recluta jóvenes, infiltra instituciones y prolonga guerras.

Ni la caída del régimen sirio ha bastado para frenar su avance.

Porque el captagón, a estas alturas, ya no depende de un gobierno, tiene vida propia.

Y mientras el estado libanés se desmorona, esta economía paralela sigue creciendo.

Silenciosa, imparable, letal.

Durante generaciones, los clanes del norte del Valle de Becá lo controlaban todo.

Eran los reyes de la chiz, dueños de la tierra, del cultivo y de las rutas.

Lo hacían a su manera, con códigos antiguos, con lealtades familiares, con una autoridad que no venía del estado, sino del apellido.

Ellos no necesitaban pedir permiso, bastaba con saber quién era quién.

El negocio era sencillo, plantar, cosechar, prensar, vender.

A veces se traficaba con opio, pero el hachiz era el rey.

Los beneficios se repartían entre los del clan, los intermediarios, los transportistas, incluso algunos parlamentarios obtenían su parte del pastel.

Todo funcionaba mientras nadie se saliera del guión, pero el captagón lo cambió todo.

Los nuevos traficantes no pertenecían a clanes, no seguían tradiciones, no respetaban jerarquías.

Eran hostiles.

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