Nº 149-VIAJEROS ROMÁNTICOS - “RONDA EN LA RUTA ROMÁNTICA DEL BAJO GENAL” - Anatole Demidoff (VI) 3nb5b

Una ciudad, ronda, dos territorios en uno, la serranía rondeña y el campo de Gibraltar, unos personajes, arrieros, contrabandistas, guerrilleros, bandoleros serranos y un programa en coperronda, viajeros románticos con Faustino Peralta, cronista oficial de la ciudad de ronda. Buenas tardes y bienvenidos de nuevo a nuestro programa viajeros románticos, aquí en coperronda, encantado de estar una semana más con todos ustedes, ronda en la ruta romántica del bajo genal, Anatole Demidov, fecha del viaje 1847, sexta parte, sigue Demidov relatándonos su visita sobre todo lo que ve y experimenta en ronda.

En esta ocasión nos habla del Alameda y cómo visten los rondeños, de los caprichos de las rocas que perpendiculares alzan desde abajo formando el tajo, de las cuevas que se puedan visitar en nuestra orogafía, de la antigua Medina y del entonces barrio de Santa Cecilia, hoy de Padre Jesús, que alberga un curioso Cristo que allí es venerado y le llama mucho la atención, y como buen romántico, el trato que los rondeños le dan a sus muertos cerca de la iglesia del Espíritu Santo. Podemos olvidarnos de esta contemplación silenciosa sin distraernos, porque el Alameda es también un elegante quincuncio de bellos árboles, adornada con parterres, como todos los paseos de los países meridionales, en soledad durante las horas calurosas del día.

Cuando el acercamiento de la noche hace que los habitantes abandonen sus hogares, uno encuentra allí a muchos paseantes, cuyo vestuario atestigua que ronda en su soledad y en su aislamiento, conserva todos los elementos de una sociedad distinguida.

La mantilla andaluza, el vestido negro y la flor natural, coquetamente colocada en el cabello, componen el atuendo de las mujeres. Algunos sombreros extranjeros, deshonrosos intrusos rompen, incluso en este lugar remoto, el encantador conjunto de una indumentaria tan apropiada para los paseos crepusculares.

Entre las curiosidades naturales de este sitio, que es un conjunto todo un pintoresco accidente de la naturaleza, en el extremo sur del inmenso acantilado vertical que constituye el precipicio y sobre el que se asienta el Alameda, nuestros compañeros de caminata no dejan de señalarnos una conformación singular de la roca.

Es una enorme y desigual columna de piedra, que se separa de la masa hacia su base y se une a él en su cima, curvándose con un elegante botante. Desde tiempos remotos el genio popular ha captado la analogía de este caprichoso juego de la naturaleza y le ha asignado el nombre de asa de la caldera, el mango de la olla.

Los griegos habrían encontrado en el ánfora una comparación indudablemente más eufónica, pero no más exacta. En todo momento tratamos de escalar desde el fondo del precipicio hasta la base de este gigantesco mango. Es una empresa que nos había entusiasmado realizar, emulando a las más...