
Descripción de Malas decisiones. Capítulo 11 1a6x1b
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Hoy presentamos Malas decisiones Capítulo 11 César recién venía llegando con Jacobo, lo había ido a buscar al colegio, dejó las llaves en la mesa del comedor y fue a la habitación matrimonial para ver si Gaby ya había llegado. Al percatarse de que ya aún no lo había hecho se fue a sentar al living para ver televisión junto a su hijo mientras esperaban a la dueña de casa para almorzar los tres juntos y en familia, tal como habían acordado. Mientras pasaban los minutos, César no dejaba de consultar su reloj, desde hacía mucho rato que Gabriela debería haber llegado según lo que habían hablado a las 12, pero ya eran la una y media de la tarde en ese momento.
Preocupado, el marido decidió dar de almorzar al pequeño, él esperaría a Gabriela para que almorzaran juntos, seguro que se había retrasado por el tráfico. Una hora antes, en un sucio callejón, Gabriela, a la distancia, veía como un chucho callejero todo flaco y sumamente sucio intentaba montar a una elegante y bellísima perrita color perla. Se notaba que la hermosa perrita estaba muy bien cuidada y la rubia probablemente pensó que se había perdido o que se la habían robado a sus dueños, quienes debían ser gente muy fina.
Debía huir, pensó, buscar a sus dueños y morder a ese roñoso saco de huesos que quería mancillarla, pero no pasó, la perrita al final parecía la buscona que meneaba la cola para su macho, por lo que pronto el instinto de reproducción se apoderó de esas bestias en celo y no tardaron en comenzar a darse lo suyo hasta quedar pegados y jadeando, con sus amoratadas lenguas casi llegando hasta el suelo. —¡Qué culo! ¡Qué culote que tiene mi doña! bramaba el chango detrás de ella. Gabriela, mientras los minutos pasaban, cada vez se sentía más segura del hombre por el cual ella había apostado, aquel peludo y joven mecánico de nombre Pablo cuyo apelativo era el chango.
Se lo demostraba a él ahora moviéndose más notoriamente, le restregaba sus nalgotas de un lado a otro contra esa poderosa estaca que a ella le daba la impresión de estar hecha de acero forjado por lo dura y caliente que se la sentía, eran increíbles las sensaciones que experimentaba al tenerla tan metida en su culo tragón. La rubia ya se sentía tan caliente que no quería que por nada del mundo se acabara esa exquisita sensación de éxtasis que ya la embargaban de su mente poco a poco y en forma paulatina iban desapareciendo las imágenes de su hijo y de su marido, recordó que a éste ya le había puesto en tanto que se demoraría un rato.
Cosa que la tranquilizó y supo que ya no tenía de qué preocuparse al menos por ahora, así que simplemente se abandonó a su nueva y caliente infidelidad. «Bésame, Pablo, abrázame más fuerte, cómeme», le dijo Gabriela al chango, girándose con esos ojos azules de diosa en un momento de pasión. «Uf, mamazota, eres la criatura más deliciosa que he conocido en mi vida, mi doña», respondió el chango, para inmediatamente besarle de la forma más ardiente que pudo. «Deseo culearte como a ti tanto te gusta, Gabi, te juro que si te dejas te voy a partir el culo a vergasos hasta hacerte perder el conocimiento de tanta calentura». Los sonoros besos continuaban al son de sus movimientos, que empujándose uno contra el otro no cesaban en un deseo mutuo y salvaje, mientras tanto Gabriela susurraba ahogadamente. «Así, así, muévela, muévela más fuerte».
«Qué rico, así qué rico, qué verga que tienes, Pablo», en forma paulatina sus susurros se fueron transformando en enloquecedores gritos de calentura. «Así culeame, culeame firme, enculame fuerte, rómpeme toda por dentro así como me lo has dicho». Gemía y suspiraba una y otra vez la excitada casada con su femenina voz entrecortada mientras ella también le refregaba el culo contra la musculosa cintura de su macho. «Ay qué rica verga, ay Dios, Dios, ay como me entra Pablo, como me entra tu verga», gemía Gabriela a la vez que volteaba su cabeza hacia atrás para intentar ver a su macho enculador.
Sólo lo vio con sus ojos cerrados y como se le movían ciertas partes nerviosas de su cuerpo producto de las fuerzas que estaba conteniendo para mantenerla enculada. «Uf mamazota, cómo me comes la verga con tu culazo», fue lo único que le contestó el chango una vez que abrió sus ojos y la vio mirándolo con una calentona sonrisa de placer sexual mientras él se comenzaba a mover más fuerte y rápido para sentir al máximo lo que el culo de su casada le prodigaba a su vergota. «¿Te gusta mi culo Pablo? ¿Te gusta cómo lo muevo? Ay Dios, qué rico me lo haces», exclamó cuando sintió que el chango comenzaba a culear la hora más
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