Lunes IV de Pascua 6l4zw

Del Evangelio de Juan.

En aquel tiempo dijo Jesús, en verdad, en verdad os digo, el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, es el ladrón y bandido, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.

A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera.

Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. A un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba.

Por eso añadió Jesús, en verdad, en verdad os digo, yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos, pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta, quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón no entra, sino para robar y matar y hacer estragos. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

El pasaje es una parte inicial del discurso del buen pastor. Aquí Jesús utiliza la imagen del pastor y del redil, para hablar de su relación con quienes creen en él. Destaca dos figuras contrastantes, el verdadero pastor y el ladrón. Jesús se presenta como el único legítimo de las ovejas, es decir, a su comunidad. Yo soy la puerta, es una afirmación poderosa, no es simplemente quien cuida, sino el medio por el cual se accede a la salvación y a la vida plena.

Quien entra por él encontrará seguridad, libertad y alimento espiritual. Los ladrones y bandidos representan a los falsos pastores, aquellos que buscan aprovecharse del pueblo, que no entran por el camino de la entrega y del amor, sino por el del poder, el del engaño o el de interés propio. Cristo no sólo protege, sino que conduce. Va delante de sus ovejas y ellas lo siguen, porque reconocen su voz, lo que implica relación, escucha, confianza y experiencia vivida.

El punto culminante es éste. He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. La misión de Jesús no es sólo preservar la vida, sino multiplicarla, llenarla de sentido, de amor y de plenitud. Jesús es la puerta, por él se entra a la comunión con Dios. ¿Qué puertas falsas buscamos a veces? El éxito, el consumo, el reconocimiento. Escuchar su voz y seguirle es un proceso de intimidad que implica oración, fidelidad y apertura. Él nos llama por nuestro nombre, no en masa, sino personalmente.

También nos advierte que hay voces que roban, que matan y que destruyen. La voz de Cristo, en cambio, nos hace vivir con esperanza y alegría verdadera, incluso en medio de dificultades. Reconozco la voz del buen pastor entre tantas voces del mundo. Me doy tiempo para entrar por la puerta que es Cristo cada día, en la oración, en la palabra, en la Eucaristía.

Estoy viviendo mi fe como una vida abundante, plena y fecunda.