
Descripción de Miércoles VII de Pascua 6h506o
Jesús ruega al Padre por la unidad de sus discípulos, una unidad que no es uniformidad, sino comunión profunda, reflejo del amor entre el Padre y el Hijo. Es una unidad basada en la fidelidad a la Palabra, en la verdad, y en el amor mutuo, que da testimonio al mundo de que Jesús es el Enviado del Padre. 17m2b
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Del Evangelio de Juan.
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo, Padre Santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros.
Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición para que se cumpliera la Escritura.
Ahora voy a ti y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida.
Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo como tampoco yo soy del mundo.
No ruego que los retires del mundo, sino que les guardes del maligno.
No son del mundo como yo tampoco soy del mundo.
Santificalos en la verdad, tu palabra es verdad.
Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo, y por ellos yo me santifico a mí mismo para que también ellos sean santificados en la verdad.
Jesús ruega al Padre por la unidad de sus discípulos, una unidad que no es uniformidad, sino comunión profunda, reflejo del amor entre el Padre y el Hijo.
Es una unidad basada en la fidelidad a la palabra, en la verdad y en el mutuo amor que da testimonio al mundo de que Jesús es el enviado del Padre.
Reconoce que los discípulos no son del mundo, no porque vivan fuera de él, sino porque su mentalidad, sus valores, su vida están orientados por Dios.
El mundo, en el sentido evangélico, representa lo que se opone a Dios, el egoísmo, la mentira, el odio, la injusticia.
Por eso el mundo los rechaza como rechazó a Cristo.
Jesús no pide al Padre que saque a los suyos del mundo, sino que los proteja del maligno, es decir, que no se contagien del mal, que no cedan a la tentación, que permanezcan fieles.
El Espíritu está llamado a vivir en el mundo sin pertenecerle, siendo luz y sal, testigo de un amor diferente.
Ser santificados en la verdad significa ser consagrados para Dios, vivir una vida que refleje su palabra, que es verdad.
La verdad no es sólo un concepto, sino una persona, Cristo mismo.
Jesús se consagra por nosotros, por su muerte y resurrección, para que también nosotros seamos santos, es decir, plenamente de Dios.
Esta oración de Jesús nos recuerda que no estamos solos, que somos custodios de una verdad, de una alegría y de una unidad que tienen su fuente en Dios, pero también que estamos en medio de un mundo que a menudo nos desafía.
La clave no está en huir, sino en permanecer fieles y ser testigos de su verdad y de la verdad de Dios.
Vivo con conciencia de que estoy en el mundo, pero no soy del mundo.
¿Qué tanto busco y cultivo la unidad con los demás discípulos de Cristo? ¿Me dejo santificar por la palabra de Dios o la acomodo según mis intereses?
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