
IA para curarte. IA para destruirte. Bienvenidos al nuevo poder asiático 5o2k2l
Descripción de IA para curarte. IA para destruirte. Bienvenidos al nuevo poder asiático s4v
Asia está cambiando en silencio. Mientras algunos algoritmos detectan tumores, otros destruyen vidas con pornografía falsa. Mientras se exportan pandas como gesto diplomático, también se imponen nombres obligatorios, se silencian migrantes y se prueban nuevas armas sin uranio. Este episodio de Ecos de Asia recorre los márgenes del continente: deepfakes, censura, desigualdad, memoria. Escucha las historias que no llegan a los titulares, pero que definen el futuro. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2491431 403l38
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
A veces, Asia no grita.
Solo deja señales.
Una imagen falsa.
Un nombre que desaparece.
Un algoritmo que, en un hospital, salva.
Y otro que, en Internet, destruye.
Hay veces que habla desde el borde.
Desde una víctima que no pudo más.
Desde un migrante que se calla.
Desde la ternura prestada de dos pandas que regresan sin saber que fueron piezas de ajedrez.
Este episodio de Ecos de Asia no es un resumen.
Es un mapa sin leyenda.
Una travesía por los márgenes.
Porque la geopolítica no siempre entra por las fronteras.
A veces se mete en la sangre.
En la memoria.
En la piel.
Empecemos ahí.
En la herida que se abre sin tocar el cuerpo.
En Corea del Sur, Ruma estudiante de posgrado recibió en 2021 un mensaje.
Una imagen.
Su cara.
Su cuerpo.
Su ropa.
Todo falsificado.
Pornografía hecha por inteligencia artificial.
A partir de una foto suya.
De verdad.
No podía dormir.
Fue a la policía.
Le dijeron que no había delito.
Que lo sentían.
Que no podían hacer nada.
Ella lo rastreó sola.
Lo encontró.
Era un estudiante como ella.
Había hecho lo mismo con más de 60 mujeres.
El Estado reaccionó cuando ya no pudo mirar a otro lado.
Pero el daño no era un archivo.
Era otra cosa.
Un cansancio.
Una rabia que no se va con disculpas.
En 2024, más de 18.000 crímenes sexuales digitales fueron registrados en Corea del Sur.
Muchos con tecnología deepfake.
Rostros de actrices, adolescentes, profesoras, pegados sobre cuerpos ajenos.
Repartidos en Telegram, en foros.
A veces por adultos.
A veces por chicos de secundaria.
Hubo juicios.
Hubo condenas.
Pero también hubo burocracia.
Lentitud.
Silencio.
Las víctimas siguen hablando de impunidad.
De no ser escuchadas.
De un Estado que no entiende que una imagen también puede matar algo por dentro.
Judy, una de ellas, dijo algo que se queda lo que duele no es solo lo que pasó.
Es todo lo que nadie hizo después.
Y ese después se repite.
En otras formas.
En otros países.
Filipinas.
La Corte Penal Internacional ha aceptado pruebas contra la guerra contra las drogas de Rodrigo Duterte.
Miles de personas muertas sin juicio.
Cuerpos desaparecidos en nombre del orden.
La justicia no llegó desde Manila.
Viene, lenta, desde La Jaya.
Desde lejos.
Desde un lugar que Duterte desprecia.
Las víctimas tuvieron que hacer lo mismo que Ruma.
Reunir pruebas.
Enfrentar el miedo.
Hablar aunque doliera.
No sabemos si habrá condenas.
Pero que la I las escuche ya es algo.
Una grieta.
Y por ahí entra aire.
En otro extremo del continente la violencia no usa armas ni algoritmos.
Usan hombres.
En Lebap, al este de Turkmenistán, ya no es una sugerencia.
Es ley.
Si tu hija nace en esa provincia y tu familia es uzbeka o taika, no puedes llamarla como tus abuelos.
Tiene que sonar turcomano, serlo o al menos fingirlo.
Lo contrario es mal visto, sospechoso.
Nombrar no es un acto neutro.
Es trazar una línea.
Decidir quién pertenece y quién queda fuera.
Y cuando el nacionalismo no puede expandirse en otros territorios, se encierra en los cuerpos.
En los vestidos.
En las canciones permitidas en una boda.
En el nombre escrito en el acta de nacimiento.
Todo debe parecer turcomano, aunque no lo sea.
Aunque nadie lo crea.
No es solo una burocracia hostil.
Es un modo de borrar.
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