
Descripción de EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. CAPÍTULO 12 237359
El hombre que fue Jueves , una novela de GK Chesterton que los va a llevar por un camino lleno de misterio, intriga y sorpresas inesperadas. Imagina a Gabriel Syme, un poeta con una vida aparentemente tranquila, que de pronto se ve arrastrado a un mundo secreto donde nada es lo que parece. Su aventura comienza cuando recibe una misión: infiltrarse en un grupo extraño y peligroso, liderado por una figura enigmática conocida como Domingo. Este consejo, donde cada miembro lleva el nombre de un día de la semana, está envuelto en sombras, y Syme, ahora Jueves, tendrá que navegar entre el caos y el orden para descubrir qué está pasando realmente. Con un estilo único, Chesterton mezcla humor, filosofía y un toque de lo absurdo en una historia que te mantiene al borde del asiento. ¿Es una conspiración? ¿Un juego de máscaras? ¿O algo mucho más profundo? Esta no es solo una novela de detectives, es un rompecabezas que te invita a reflexionar mientras disfrutas de el estilo incisivo, directo y lleno de poesía de este autor inglés. Chesterton insistió en que la novela no pretendía describir el mundo real tal como era, sino el "mundo de duda salvaje y desesperanza" que los pesimistas describían en su época, con "solo un destello de esperanza en algún doble significado de la duda".Nos ofrece, por tanto, una narrativa que, aunque está llena de tensión y caos, termina con un mensaje de esperanza y afirmación de la bondad. 94j5c
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El hombre que fue jueves, Gilbert K. Chesterton La tierra en anarquía Poniendo al galope los caballos, sin reparar en la pendiente, pronto los jinetes recobraron la ventaja perdida, cuando las primeras casas de Lansi los ocultaron de sus perseguidores.
La cabalgata había sido larga. Al llegar al pueblo, el occidente empezaba a encenderse con los colores del crepúsculo. El coronel sugirió la idea de que, antes de dirigirse a la estación de policía, procuraran una alianza que podría serles de mucha utilidad.
De los cinco ricos que hay en el pueblo, dijo, cuatro son unos tramposos vulgares.
La proporción es idéntica en todo el mundo. El quinto, amigo mío, es un excelente sujeto.
Y lo que ahora nos importa más tiene un automóvil.
—¡Me temo! —dijo el profesor con su habitual jovialidad, contemplando el camino por donde la marcha negra y rampante podía aparecer de un momento a otro.
—¡Me temo que no tengamos tiempo para visitas vespertinas! Y el coronel. —La casa del doctor Renard está a tres minutos de aquí.
—Nuestro daño —dijo el doctor Bull— está a menos de dos minutos.
—Sí —dijo Sime—, pero, cabalgando un poco, volveremos a dejarlos atrás, porque están a pie. —Consideren ustedes que mi amigo tiene un automóvil —replicó el coronel.
—No nos lo dará —dijo Bull—. Sí, es de los nuestros, pero puede no estar en casa.
—¡Silencio! —dijo Sime de pronto—. ¡Qué ruido es ese! Por unos segundos se quedaron inmóviles como estatuas secuestres. Y por uno, dos, tres, cuatro segundos cielo y tierra parecieron suspenderse también.
Después, con agonizante atención, oyeron llegar desde el camino ese rumor palpitante indescriptible que anuncia a las caballerías. Hubo un cambio instantáneo en la fisionomía del coronel, como si le hubiera caído un rayo, dejándolo ileso.
—¡Nos han cogido! —dijo con breve ironía militar.
—¡Cuadro contra caballería! ¿De dónde sacaron los caballos? —preguntó Sime, poniendo maquinalmente su montura al galope. Cayó un instante el coronel. Después dijo, conturbado por la silencio,
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