
Descripción de EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. CAPÍTULO 10 273s1w
El hombre que fue Jueves , una novela de GK Chesterton que los va a llevar por un camino lleno de misterio, intriga y sorpresas inesperadas. Imagina a Gabriel Syme, un poeta con una vida aparentemente tranquila, que de pronto se ve arrastrado a un mundo secreto donde nada es lo que parece. Su aventura comienza cuando recibe una misión: infiltrarse en un grupo extraño y peligroso, liderado por una figura enigmática conocida como Domingo. Este consejo, donde cada miembro lleva el nombre de un día de la semana, está envuelto en sombras, y Syme, ahora Jueves, tendrá que navegar entre el caos y el orden para descubrir qué está pasando realmente. Con un estilo único, Chesterton mezcla humor, filosofía y un toque de lo absurdo en una historia que te mantiene al borde del asiento. ¿Es una conspiración? ¿Un juego de máscaras? ¿O algo mucho más profundo? Esta no es solo una novela de detectives, es un rompecabezas que te invita a reflexionar mientras disfrutas de el estilo incisivo, directo y lleno de poesía de este autor inglés. Chesterton insistió en que la novela no pretendía describir el mundo real tal como era, sino el "mundo de duda salvaje y desesperanza" que los pesimistas describían en su época, con "solo un destello de esperanza en algún doble significado de la duda".Nos ofrece, por tanto, una narrativa que, aunque está llena de tensión y caos, termina con un mensaje de esperanza y afirmación de la bondad. 94j5c
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El hombre que fue jueves, capítulo diez, el duelo.
Sime y sus compañeros se sentaron a una mesa.
Los ojos azules de Sime parecían brillar como el mar.
Con alegre impaciencia una botella de Saumur.
Se encontraba en un singular estado de hilaridad.
Su ánimo, ya excitable de suyo, se excitó más con el Saumur, y a la media hora su charla era un torrente de disparates.
Ahora pretendía estar trazando el plan de la conversación que iba a tener con el fatal marqués.
Hizo unos apuntes con lápiz, una especie de catecismo con preguntas y respuestas que iba recitando con extraordinaria fluidez.
Me acercaré.
Antes de quitarle el sombrero, me quitaré el mío y diré, ¿el marqués de San Eustaquio, si no me equivoco? Él dirá, ¿el célebre Míster Sime, supongo? Y añadirá, en excelente francés, Comment à Lisboa.
A lo cual yo contestaré, ¡oh, siempre el mismo Sime! ¡Basta, dijo el de las gafas, moderese usted y tire ese papel! ¿Qué se propone usted hacer realmente, Sime, patéticamente? Pero, ¿no es encantador mi catecismo? Permítanme ustedes que lo lea.
Sólo tiene cuarenta y tres preguntas y respuestas, y algunas respuestas del marqués son ingeniosísimas.
Hay que hacer justicia al enemigo.
Pero, ¿a qué conduce todo esto? Preguntó el doctor Bull, impaciente.
¿A mi desafío no se da a usted cuenta? Dijo Sime radiante, cuando el marqués ha dado la respuesta número treinta y nueve que a la letra dice, y no le ha pasado a usted por la cabeza, dijo el profesor con una sencillez irable, que bien pudiera el marqués no repetir todas las cuarenta y tres respuestas que usted ha previsto para él, porque, en tal caso, los epigramas que usted le dirija tendrán que resultar un tanto forzados.
Sime dio un puñetazo en la mesa, deslumbrado.
Pues es verdad, y a mí que no se me habría ocurrido.
Caballero, tiene usted una inteligencia no común.
Usted llegará.
¿Está usted más ebrio que una lechuza? Dijo el doctor.
No hay más remedio, continuó Sime sin aclarar.
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