
Descripción de EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. CAPÍTULO 11 56768
El hombre que fue Jueves , una novela de GK Chesterton que los va a llevar por un camino lleno de misterio, intriga y sorpresas inesperadas. Imagina a Gabriel Syme, un poeta con una vida aparentemente tranquila, que de pronto se ve arrastrado a un mundo secreto donde nada es lo que parece. Su aventura comienza cuando recibe una misión: infiltrarse en un grupo extraño y peligroso, liderado por una figura enigmática conocida como Domingo. Este consejo, donde cada miembro lleva el nombre de un día de la semana, está envuelto en sombras, y Syme, ahora Jueves, tendrá que navegar entre el caos y el orden para descubrir qué está pasando realmente. Con un estilo único, Chesterton mezcla humor, filosofía y un toque de lo absurdo en una historia que te mantiene al borde del asiento. ¿Es una conspiración? ¿Un juego de máscaras? ¿O algo mucho más profundo? Esta no es solo una novela de detectives, es un rompecabezas que te invita a reflexionar mientras disfrutas de el estilo incisivo, directo y lleno de poesía de este autor inglés. Chesterton insistió en que la novela no pretendía describir el mundo real tal como era, sino el "mundo de duda salvaje y desesperanza" que los pesimistas describían en su época, con "solo un destello de esperanza en algún doble significado de la duda".Nos ofrece, por tanto, una narrativa que, aunque está llena de tensión y caos, termina con un mensaje de esperanza y afirmación de la bondad. 94j5c
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El hombre que fue jueves, Gilbert K Chesterton, los malhechores dando caza a la policía.
Sime apartó de sus ojos los gemelos con una emoción de alivio.
—No —dijo enjugándose la frente—, no viene el presidente con ellos.
—Pero están todavía muy lejos —dijo el asombrado coronel, entrecerrando los ojos, y no completamente recobrado aún de la sorpresa que le causaran las explicaciones tan corteses como rápidas de Bull.
¿Es posible que reconozca usted a su presidente entre esa multitud? —¿Cómo no habría yo de reconocer a un elefante blanco? —dijo Sime, como irritado.
—Dice usted muy bien, están muy lejos, pero si él viniera con ellos, créame usted, se estremecería la tierra.
Tras una pausa, el llamado Radcliffe dijo con decisión.
—No, el presidente no está con ellos.
Yo hubiera deseado lo contrario.
—¿Quiere decir que a estas horas está entrando en triunfo en París, o se sienta sobre las ruinas de la Catedral de San Pablo? —Eso es absurdo —dijo Sime.
Algo habrá hecho en nuestra ausencia, pero no es posible que haya arrasado al mundo en un instante.
Y después, considerando los llanos vecinos a la estación, continuó.
—Es casi seguro, es seguro que una multitud se dirige hacia acá, pero no el ejército que usted dice.
Y el detective contestó con destén.
—¿Esos? —No.
No son por sí mismos una fuerza formidable, pero advierta usted que está su fuerza calculada exactamente para dominarnos.
Nosotros no somos muchos, amigo mío, dentro de este universo sometido al domingo.
Él se ha apoderado ya previamente de todos los cables de telégrafos.
Matar al Consejo Supremo es para él una cosa insignificante, como echar al correo una tarjeta postal.
Por eso la confía al secretario.
Y escupió en la yerba.
Después, volviéndose a los otros, habló así, con austeridad.
Mucho bien puede decirse de la muerte, pero al que tenga alguna preferencia por el otro extremo le aconsejo que me siga.
Y dicho esto, se echó a andar presurosamente hacia el bosque.
Los otros advirtieron que la nube humana se desprendía de la estación y entraba en el campo con misteriosa disciplina.
Ya se podía distinguir, a simple vista, las manchas negras de los antifaces de los jefes.
Entonces todos se apresuraron.
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