Episodio 39. Autoengañarte: el arte de no querer ver 1dm1x

Hola, me llamo Natalia Montoya Nasser y esto es Psicolabis, tu espacio sobre salud mental.

Hoy hablamos de un tema incómodo, de algo que hacemos todos, aunque a veces nos digamos que no, autoengañarnos. Comenzamos. La gran mayoría, al menos los que tenemos cierta edad, hemos visto el show de Truman. Y voy a hacer un poco de spoiler. En la película Jim Carrey interpreta a Truman, que vive en una ciudad perfecta, con una vida perfecta, que resulta ser un enorme plato de televisión. Truman vive en un mundo artificial, cuidadosamente diseñado para que no se haga preguntas. Todo es mentira y él es el único que no lo sabe.

Y cuando por fin se atreve a mirar, a cuestionar, se encuentra con la puerta de salida.

Pero, ¿qué es el autoengaño? Pues el autoengaño es una estrategia psicológica inconsciente, un mecanismo de defensa que usamos para evitar enfrentarnos a verdades que nos resultan dolorosas, incómodas o que nos obligaría a actuar de una forma que no nos sentimos listos para asumir. Es más bien como si nuestro cerebro dijera, esta verdad es muy dura, vamos a maquillarla un poco para que no duela tanto. Nuestra mente esto lo hace de maravilla. Cambia un poquito la realidad, la decora, la barniza, le mete purpurina y pum, nos creemos que estamos bien, que tomamos la mejor decisión posible, que esa persona no nos hace tanto daño o que podemos con todo y no necesitamos a nadie.

Es como cuando nos decimos que esto no nos afecta, mientras llevamos tres días sin apenas dormir, con las uñas carcomidas y un tique en el ojo, o nos decimos que fumar no nos hace daño, pero que de algo hay que morir, que trabajo en algo que detesto, pero me repito que todos los trabajos son así, o ya no quiero seguir en esta relación que me hace daño, pero pienso que si aguanto un poco más, quizá mejora. Digo que ya supero a mi ex, pero reviso sus historias cada media hora, o me digo que no voy a ir al gimnasio porque no tengo tiempo, aunque sé que podría ir perfectamente.

Festinger, un psicólogo social, habló en los años 50 del siglo pasado de la disonancia cognitiva. Propuso que cuando hay un conflicto entre lo que pensamos y lo que hacemos, una incongruencia, sentimos un malestar interno, y para aliviarlo, cambiamos lo que pensamos o racionalizamos nuestras acciones. Para aliviar este malestar, solemos hacer una de tres cosas.

Cambiamos el comportamiento, que es la estrategia difícil pero adaptativa, como por ejemplo dejar de fumar o dejar de abusar del helado todas las noches. Cambiar la creencia, no es tan grave, todos lo hacen. O buscar una justificación, me lo merezco, tuve un día horrible. Y esto es normal, lo hacemos todos, tú y yo. Los psicólogos no nos libramos de ninguna trampa mental tampoco, no hemos desbloqueado la inmunidad, y los gurús de internet que parece que tienen todas las respuestas menos todavía.

Hay veces en que la realidad duele tanto que la mente prefiere contarse otra historia.

Una donde la relación no está tan mal, donde mi vida no está tan vacía, donde no soy yo el que está perdido, sino que el mundo es injusto, donde soy la pobre víctima inocente y la gente es mala. Y saber que nos autoengañamos muchas veces es útil porque nos ayuda a entender por qué nos quedamos en relaciones dañinas, por qué justificamos lo injustificable y por qué a veces nos aferramos a ideas absurdas.

Y ojo, cuanto más importante es para nosotros una creencia, más fuerte será el autoengaño si esa creencia se ve amenazada. A menudo el autoengaño no nos protege sólo del dolor, sino del colapso de nuestra identidad. itir que me equivoqué en algo fundamental, una relación, una carrera, una elección vital, puede sentirse como perder una parte de quien soy. Por eso, cuanto más central es una creencia para nuestro yo, más sofisticado será el engaño para sostenerla.

Nuestra mente narra nuestra vida constantemente. ¿Y qué pasa que si algo amenaza la historia que nos hemos contado? Yo puedo con todo, yo no dependo de nadie… Nuestra mente empieza a reescribir el guión para que todo encaje. Somos unos guionistas fabulosos, así que si algo amenaza nuestra narrativa, la mente lo reinterpreta.

Sesgos como el de confirmación hacen que sigamos eligiendo sólo lo que encaja en la historia que nos queremos creer. Aceptar ciertas verdades, que hemos fallado, que no somos tan buenos en algo como pensábamos, si alguien no nos quiere, puede destrozar temporalmente nuestra autoimagen. El autoengaño actúa aquí como un amor.