04-"Las crónicas de Esther" de Vicente García. Capítulo 4. Audiolibro. Distopía. Ciencia Ficción. 738v

Un paraje idílico, una escritora en busca de inspiración.

Pero bajo las aguas del pantano se oculta un auténtico misterio.

¿Alguna vez te has preguntado cuál es la verdadera naturaleza del mal? El mal...

El mal...

El mal...

Vendrá entre las nubes, todo ojo lo verá.

Cuando los siglos se reduzcan a cenizas, de Elena Rubio.

Ya en librerías y venta online.

Capítulo 4 Las inmensas cúpulas que cubrían las nuevas urbes, levantadas sobre los cimientos de las antiguas ciudades, fueron llevadas a cabo mediante un trabajo titánico, elaborado por los denominados replicantes, los androides del cuerpo de construcción de Iris.

La humanidad no tardó en adaptarse con alegría y júbilo a este nuevo modo de vida, mucho mejor y efectivo que el anterior.

Del libro electrónico de texto de secundaria, sección Historia avanzada, Jack dudó durante unos segundos, con la mano a punto de tocar la superficie del domo.

Por fin, titubeante, estiró el brazo los escasos centímetros que le restaban hasta ar con él.

Y cuando por fin lo hizo, se quedó petrificado, literalmente.

—Jack, ¿estás bien? preguntó Esther observando la figura inmóvil de su novio, tocando la base de la cúpula.

—¿Qué le pasa? ¿Por qué no se mueve? preguntó Alexa desconcertada.

Alexa se puso de puntillas para poder alcanzar el rostro de Jack y mirarle con detenimiento.

Fue entonces cuando éste giró la cabeza y profirió un grito que hizo que Alexa trastabillara y cayera al suelo de culo.

Comenzó a reír Jack sin poder detenerse.

—Deberíais de veros la cara.

—¡Qué estúpido puedes llegar a ser! riñó Esther enfadada.

—Eres peor que Thomas o cualquiera de los niños del centro parvulario.

Mientras Jack continuaba riendo, Alexa tocó decidida la base de la estructura.

—Está fría sin más, dijo algo defraudada.

No alcanza a ver qué hay más allá del cristal.

—Ya te he dicho que no es un cristal.

—Qué curioso, es cierto.

—No se ve nada, ni siquiera con la luna llena, observó Esther opiando a su novio y enfocando con su móvil fuera.

—Esta zona está tintada y no permite ver bien lo que hay al otro lado.

—Sí, parece que es opaca, unos metros al menos.

—Impide ver más allá de la misma, explicó Alexa golpeando con fuerza.

—Ten cuidado, advirtió Esther.

—No te preocupes, es resistente, dijo Jack acercándose también.

—No entiendo muy bien por qué las han tintado, no recuerdo que fueran así.

—No es evidente, no quieren que sepamos lo que hay al otro lado, respondió con indignación Alexa.

—Opio, y eso acrescenta mi curiosidad, dijo Jack, pero ahora será mejor que regresemos, no queda mucho para que comience la restricción de tránsito.

Con rapidez, los tres subieron al coche y comenzaron el camino de vuelta por la carretera que atravesaba el bosquecillo.

No tardaron en alcanzar las afueras de la ciudad, donde las luces de las farolas empezaban a palpecer.