SERMONES DESDE LA INHOSPITA TRINCHERA -SERMON DEL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA - 2025 6w5q72

Esta es Cristiandad, luchando para que Cristo reine.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Este segundo domingo de Cuaresma presenta a nuestra consideración el misterio de la transfiguración de nuestro Señor Jesucristo.

Con ocasión del cuarto domingo de Adviento, el pasado 22 de Diciembre, hice un paralelo entre la pasión de nuestro Señor Jesucristo y la pasión de la Santa Iglesia.

El domingo pasado, primero de Cuaresma, hice otro tanto con las tentaciones de nuestro Señor y las de la Santa Iglesia.

Me parece muy importante y conveniente entonces desarrollar hoy el misterio de la transfiguración de Jesús, estableciendo también un paralelo y una comparación con lo que podemos llamar la transfiguración de la Iglesia.

Para comprender mejor lo que quiero decir, debemos colocar este episodio de la vida de nuestro Señor en su contexto histórico, considerando lo sucedido poco antes.

Jesucristo, por medio de obras portentosas, confirmaba las enseñanzas dadas por su doctrina a sus discípulos, a fin de que le reconocieran por el Unigénito de Dios, el Hijo del Hombre.

Por consiguiente, había preguntado a sus discípulos qué creían de él, entre las muchas opiniones existentes entre el pueblo, qué pensaban ellos, los apóstoles.

A esto, Pedro, elevándose por revelación del Padre Celestial sobre lo corpóreo, sobre lo humano, vio con los ojos del alma al Hijo de Dios vivo y confesó la gloria de la divinidad, ya que no atendió solamente a la sustancia de la carne y de la sangre.

Y agradó tanto al Salvador esta sublime confesión de fe que confirió a Pedro la sagrada firmeza de la piedra inviolable sobre la cual está edificada la Iglesia.

Mas era necesario que Pedro fuera instruido en el episodio de la sustancia inferior unida al Verbo.

No fuera que la fe de los apóstoles, elevada a la gloria de la confesión de su divinidad, juzgara que las ignominias de la naturaleza humana eran indignas de un Dios impasible y creyeran que, de tal manera, la naturaleza humana estaba glorificada en Cristo, de modo que no podía sufrir ni morir.

San Pedro tenía que ser instruido en este misterio del Verbo encarnado, del Verbo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, que ha asumido una naturaleza humana como la nuestra en todo, salvo en el pecado.

Y por esto el Señor les anunció que tenía que ir a Jerusalén y allí padecer muchas cosas por parte de los ancianos y de los escribas y de los príncipes y de los sacerdotes, y que debía morir y resucitar al tercer día.

Sin embargo, los discípulos no comprendieron lo que les decía.

Esta palabra les estaba como velada y se envolvían sus ojos en una noche tan gruesa que les impedía ver nada.

Y Pedro rechazó, con una libertad y una repugnancia que creía religiosa, rechazó la idea de que su maestro pudiera sufrir todos estos ultrajes y el oprobio de una muerte cruel.

Y Jesús lo corrigió con firmeza, animándole además a participar con él de su pasión.

Seis días después de este episodio, tomó entonces Jesús a Pedro, a Santiago y a Jesús.