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Dr Adefesius: Audio-Relatos de Terror y Variedades
El Secreto de la Muerta (Lafcadio Hearn)

El Secreto de la Muerta (Lafcadio Hearn) 3b6u2t

10/4/2025 · 08:04
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Dr Adefesius: Audio-Relatos de Terror y Variedades

Descripción de El Secreto de la Muerta (Lafcadio Hearn) 4u5n2b

El fantasma de una muerta no encuentra el descanso. p5832

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Hace mucho tiempo, en la provincia de Tamba, vivía un rico mercader llamado Inamuraya Jensuke. Tenía una hija llamada O-Sono. Como ésta era muy bonita y sagaz, el mercader juzgó inoportuno brindarle sólo la exigua educación que podían ofrecerle los maestros rurales. La confió, pues, a unos servidores fieles y la envió a Kioto, para que allí adquiriera las gráciles virtudes que suelen exhibir las damas de la capital. En cuanto la muchacha completó su educación, fue cedida en matrimonio a un amigo de la familia paterna, un mercader llamado Nagaraya, y con él compartió una dicha que duró casi cuatro años. Sólo tuvieron un hijo, un varón, pues O-Sono cayó enferma y murió después del cuarto año de matrimonio.

En la noche siguiente, al funeral de O-Sono, su hijito dijo que la madre había vuelto y que estaba en el cuarto de arriba. Le había sonreído, pero sin dirigirle la palabra. El niño se había asustado y había emprendido la fuga. Algunos de la familia subieron al cuarto que había pertenecido a O-Sono, y no pocos se asombraron al ver, a la luz de una pequeña lámpara que ardía ante un altar en el cuarto, la imagen de la muerta. Parecía estar de pie ante un tansu o cómoda, y aún contenía sus joyas y atuendos. La cabeza y los hombros eran nítidamente visibles, pero de la cintura para abajo, la imagen se esfumaba hasta tornarse invisible.

Semejaba a un imperfecto reflejo, transparente como una sombra en el agua. Todos se asustaron y abandonaron la habitación. Abajo se consultaron entre sí, y la madre del esposo de O-Sono declaró. Toda mujer siente predilección por sus pequeñas cosas, y O-Sono le tenía gran afecto a sus pertenencias. ¿Acaso haya vuelto para contemplarlas? Muchos muertos suelen hacerlo, a menos que las cosas se donen al templo de la zona. Si le regalamos al templo las ropas y adornos de O-Sono, es probable que su espíritu guarde sosiego. Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo tan pronto como fuera posible.

A la mañana siguiente, por tanto, vaciaron los cajones y llevaron al templo las ropas y los adornos, pero O-Sono regresó la próxima noche y contempló el Tansu tal como la vez anterior. Y también volvió la noche siguiente, y todas las noches se repitió su visita, que transformó esa casa en una morada del temor. La madre del esposo de O-Sono acudió entonces al templo y le contó al sumo sacerdote lo que había sucedido, pidiéndole que la aconsejara al respecto. El templo pertenece a la secta Zen, y el sumo sacerdote era un docto anciano conocido como Dai Genoso. Dijo el sacerdote, debe haber algo que le cause ansiedad, dentro o cerca del Tansu.

—Pero vaciamos todos los cajones, replicó la anciana, no hay nada en el Tansu.

—Bien, dijo Dai Genoso, esta noche iré a vuestra casa y montaré guardia en el cuarto para ver qué puede hacerse. Dad órdenes de que nadie entre a la habitación mientras monto guardia, a menos que yo lo requiera. Después del crepúsculo, Dai Genoso fue a la casa y comprobó que el cuarto estaba listo para él. Permaneció allí a solas leyendo los sutras, y nada apareció hasta la hora de la rata.

Entonces la imagen de O-Sono surgió súbitamente ante el Tansu. Su rostro denotaba ansiedad y permaneció con los ojos fijos en el Tansu. El sacerdote pronunció la fórmula sagrada prescrita para tales casos, y luego, dirigiéndose a la imagen por el Kaim-Yo de O-Sono, le dijo —Vine aquí para ayudarte. Quizá haya en ese Tansu algo que despierta tu ansiedad.

¿Quieres que te ayude a buscarlo? La sombra pareció asentir mediante un leve movimiento de cabeza. El sacerdote se incorporó y abrió el cajón de arriba. Estaba vacío.

A continuación abrió el segundo, el tercero y el cuarto cajón. Urgó detrás y encima de cada uno de ellos. Examinó con cuidado el interior de la cómoda. No halló nada.

Pero la imagen permanecía erguida con tanta ansiedad como antes.

—¿Qué querrá? pensó el sacerdote. De pronto se le ocurrió que acaso hubiera algo oculto debajo del papel que revestía los cajones. Levantó el forro del primer cajón y nada. Pero debajo del forro del cajón inferior halló algo. Una carta.

—¿Era esto lo que te inquietaba? preguntó. La sombra de la mujer se volvió hacia él con su lánguida mirada en la cara. —¿Quieres que la queme? preguntó Daigenoso. Ella inclinó ante él. Esta misma mañana se

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