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Dr Adefesius: Audio-Relatos de Terror y Variedades
En Vela (W.W Jacobs)

En Vela (W.W Jacobs) 6f3w4x

22/5/2025 · 33:02
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Dr Adefesius: Audio-Relatos de Terror y Variedades

Descripción de En Vela (W.W Jacobs) n5x2s

Un joven reta al padre de su prometida a pasar una noche en una casa encantada. 6r3h4d

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—Soy el hombre más feliz del mundo —dijo Mr. Farrer con voz soñadora.

Mrs. Ward suspiró.

—Pues espera a que llegue mi padre y ya verás —dijo.

Oculto tras unas estúpidas plantas que le servían de parapeto junto a la ventana, Mr.

Farrer escudriñó las inmediaciones de la casa y se mantuvo a la escucha dando evidentes muestras de nerviosismo.

Esperaba oír en cualquier momento los pasos ágiles y firmes que anunciarían la llegada del brigadier Ward.

La tranquilizadora mano de Mrs. Ward, firmemente sujeta entre las suyas, le hizo recobrar súbitamente la presencia de ánimo que ya empezaba a abandonarle.

—Quizá sea mejor que encendamos la luz —dijo finalmente la muchacha tras una larga pausa.

Me preguntó dónde se habrá metido mamá.

—¿Y qué más da donde esté? —Ella, en todo caso, está de mi parte —dijo Mr. Farrer.

—Pobre mamá —dijo la muchacha.

Ella nunca se atrevería a decir nada que pudiese llegar a contrariar a papá.

Me imagino que en este momento estará sentada en su cuarto con la puerta bien cerrada.

No le gustan las situaciones desagradables y estoy segura de que dentro de muy poco aquí va a haber una.

—Eso mismo creo yo —dijo el joven con un ligero escalofrío— y, no obstante, ¿por qué tendría que haberla? No creo que tu padre desee que permanezcas soltera toda tu vida, ¿verdad? —Esa no es la cuestión.

Lo que ocurre es que a él le gustaría que yo me casara con un militar —dijo Mrs.

Ward.

Cree que los jóvenes de hoy en día no son lo bastante hombres.

Para él las únicas cosas que de verdad importan son el valor y la fuerza.

La muchacha se levantó, dejó la lámpara sobre la mesa y, tras remover ligeramente los rescoldos que aún ardían en la chimenea, paseó la mirada por la habitación en busca de cerillas.

Mr.

Farrer, a pesar de llevar unas cuantas en el bolsillo, decidió ayudarla a buscar.

Finalmente, tras encontrar una caja que se hallaba sobre la repisa de la chimenea, Mr.

Farrer, con el pretexto de sujetar a la muchacha para que ésta no perdiera el equilibrio mientras se agachaba a encender la cerilla en las brasas, le rodeó la cintura con ambos brazos.

Pero justo entonces una súbita exclamación procedente del exterior les recordó a ambos que las persianas de la ventana todavía se hallaban subidas.

Sobresaltados, los dos jóvenes se separaron apresuradamente, al tiempo que un viejo gigante de cabellos canosos que caminaba muy erguido irrumpía en la habitación y se situaba frente a ellos.

—¡Bajad esas persianas ahora mismo! rugió.

—Eso no iba por usted, así que estese quieto donde está, continuó diciendo cuando vio que Mr.

Farrer se dirigía a la ventana dispuesto a ayudar.

—¿Qué demonios pretende usted poniéndole las manos encima a mis persianas? ¿Y qué demonios pretende poniéndole las manos encima a mi hija? —¡Vamos, hable! —¿A qué espera para contestar? —Nosotros vamos a… vamos a casarnos, señor, logró decir Mr.

Farrer esforzándose por que su voz sonase lo más segura posible.

El brigadier tomó aire profundamente y sirguió cuán alto era mientras el joven que tenía delante observaba asombrado cómo el pecho de aquel anciano parecía no dejar nunca de dilatarse.

—¿Casaros? exclamó el brigadier soltando una siniestra carcajada.

—¿Casarse, mi hija, con un mequetrefe como usted? —¡Ni lo sueñe! —¿Dónde está tu madre? preguntó a continuación volviéndose hacia la muchacha.

—Arriba, fue la escueta respuesta de esta.

El padre de la chica dio una voz y una nerviosa respuesta se dejó oír en el piso superior.

Un minuto más tarde, Mrs.

Ward, con el rostro mortalmente pálido, entraba en la habitación.

—Menudo panorama hay en esta casa, exclamó el brigadier con brusquedad.

Salgo un rato a dar un paseo y cuando regreso me encuentro con que este, este sucio mequetrefe salido del infierno tiene sus malditas manos puestas en la cintura de mi hija.

¿Por qué no te molestas en cuidar bien de ella, mujer? ¿O es que acaso vas a decirme que no tenías ni idea de lo que estaba sucediendo en esta habitación? La esposa del militar negó con la cabeza.

—Ah, ¿no? Pues deja que yo te lo explique.

Este tipo, que no es más que un pobre gusano que apenas levanta un par de palmos del suelo, dice que quiere casarse con nuestra hija, exclamó el brigadier en son de burla.

Luego, cuando regresaba, la chica se quedó dormida.

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