Resurrección p2541

Ha resucitado el Señor. Es el grito que se levanta en toda la tierra, cada año, cada día, expresando los cristianos lo más profundo, lo más radical, el corazón de su fe. Ha resucitado el Señor.

¡Qué gran alegría! ¡Qué gran día! ¡Qué gozo creer de verdad que Cristo ha resucitado, que en Él estamos resucitando, y que un día nos veremos todos en la resurrección final de la historia! Pero no olvidéis el estilo, el tono y el modelo de estas meditaciones de este año. No pretendemos analizar textos, no pretendemos ir pues a la teología de cada día, el jueves, el viernes, no.

Dejamos eso, los textos, para vuestra lectura y las homilías que escucharemos en cada celebración nos meterán dentro del misterio. Únicamente he querido destacar en los cuatro días, es decir, Ramos, Jueves Santo, Viernes Santo y hoy Domingo, un aspecto, una dimensión. La Pascua del Señor es la Pascua de la humildad de Jesús, del abajamiento de Jesús, de la humillación voluntariamente aceptada por nuestro Señor Jesucristo.

Entonces, cuando llegamos a este domingo nos podemos preguntar, bueno, ¿ya está bien de bajar? ¿Este domingo es de subir? ¿Este domingo es de gloria? ¿Este domingo es de gozo? ¿No será entonces que esa bajada que hemos ido viendo es desmentida en la resurrección? ¿No será entonces que ha sido algo de pasada, metodológico, la paga por el pecado, una especie de penitencia, pero que eso no es uno de los centros de la cuestión? Y lo que voy a tratar de meditar es esto, cómo incluso el día de la gloria, el día de la alegría, sigue siendo más todavía el día de la pequeñez, el día de la bajada, el día de la sencillez. Esto es lo que pretendo y a esto os invito a meditar. Jesús el Señor ha resucitado.

Esa es nuestra fe. Ese es el testimonio de los apóstoles. Idas, venidas, palabras, apariciones, dudas, afirmación, ha resucitado el Señor.

Eso es lo que queda. Eso es lo esencial. ¿Quién resucita realmente? ¿Quién es este Jesús que resucita? Dichosos los pobres de espíritu.

Porque suyo es el reino de los cielos, suya es la gloria divina.

Ha resucitado el pobre, el sujeto que estaba plenamente diciendo y haciendo esa bienaventuranza. Porque toda la pobreza de espíritu, la de verdad, la onda, la sencillez en Dios, no es ni más ni menos que una extensión, que una ampliación, que una derivación de Jesús de Nazaret.

La resurrección es el cumplimiento pleno, total, de la primera bienaventuranza y de todas las demás, porque las otras están metidas en esta primera.

Dichosos los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos.

La resurrección del Señor cumple plenamente la profecía de la Virgen Santísima en el Magnífico. Proclama mi alma la grandeza de Dios,