¿Por qué no podemos ver el rostro de Yahvé? 4b513

Tras el pasaje del Becerro de Oro, Yahvé le dice a Moisés que nadie podrá ver su rostro.

Parece deslizarse la idea de que la majestad divina es demasiado deslumbrante para que se muestre directamente a los ojos de cualquiera, en especial de aquellos que no tienen fe en él.

Sin embargo, la intención del autor parece ser mucho menos espiritual de lo que quiere aparentar.

Relacionada precisamente con el pasaje del Becerro de Oro y su mensaje doctrinal.

A lo largo de éxodo 19 al 40 podemos leer el núcleo narrativo de las leyes de Moisés. Es decir, se cuenta cómo Moisés recibe las leyes en el Sinaí, se desglosan, se describen los detalles constructivos del tabernáculo y los protocolos sacerdotales y se ejecuta la magnífica obra.

Los últimos capítulos de éxodo están dedicados precisamente a aspectos tan prácticos como el presupuesto de la empresa y la dirección de obra. Sin embargo, en medio de esta historia se intercalan tres capítulos que resultan innecesarios para el desarrollo de la trama principal y parecen estar reescribiendo algunos aspectos del relato. Me refiero a éxodo 32, 33 y 34. En el último episodio abordamos el sugerente pasaje del Becerro de Oro en éxodo 32.

En este vamos a tratar el pasaje de éxodo 33, con una apariencia mucho más anodina pero que enlaza de forma interesante con el mensaje del Becerro. En el próximo abordaremos el 34, que no va desencaminado. Si leemos los tres con la perspectiva global de éxodo y no de forma aislada, observamos que interrumpen el ritmo narrativo para contar la historia del Becerro y repetir asuntos de sobra conocidos, como por ejemplo la insistencia en las tres fiestas anuales o en la promesa de la tierra de Canaán.

Así pues, lo interesante de este capítulo 33 será descubrir por qué insiste el autor en esos asuntos, para entender por qué decidió insertarlos en este punto del relato. A su vez, interesará conocer los nuevos detalles que aporta y así de esa forma podremos atisbar su intención doctrinal. El capítulo 33 arranca con la repetición de la promesa una vez más. Ya empiezan a ser demasiadas veces. Primero a Abraham, luego a Isaac, después a Jacob, y así pasando por Levi, Coat y Amram hasta llegar a Moisés. Son siete promesas sin que se cumpla la parte del trato de Yahveh, entregarles la tierra de Canaán de la que fluye leche y miel.

Un periodo de unos 400 años, a grosso modo en los que Yahveh todavía está en deuda con los hebreos. Muchos años, me parece. En este contexto bíblico en el que el siete es símbolo de perfección y completitud, deberíamos concluir a estas alturas del relato que Yahveh les está dando largas y no va a cumplir nunca su parte. No obstante, lo que el autor pretende en el texto, que es lo que nos interesa a nosotros, no es exponer la poca fiabilidad de Yahveh, sino concienciar a sus lectores de que sus anhelos, los del autor, de gobierno en la región ya fueron aventurados por la divinidad en tiempos remotos de sus antepasados.

Lo cual nos obliga a leer el pasaje en sintonía con la tensión política del momento de su redacción. Es decir, la repetición insistente de la promesa en el texto ha de ser reflejo del poderoso interés de gobernar la tierra de Canaán en tiempos del autor. Sin embargo, profundizar en esa lectura histórica es algo que se escapa del ámbito de este resumen literario, pero podemos darnos cuenta de que es así porque se trata de un pasaje totalmente innecesario y ajeno al contexto narrativo, además de muy redundante. Sobra decir que no debió parecerle al autor innecesario desde su perspectiva doctrinal.

Para comprender cuál debió ser la intención del autor podríamos empezar por identificar los elementos interesantes del relato.