Miércoles 4 de junio - Juan 17, 11b-19. No son del mundo. 1v2i

En su última oración dirigida al Padre ante los apóstoles, Jesús le pide a su Padre Dios por sus discípulos, no sólo por los apóstoles, sino por todos aquellos que íbamos a estar en medio del mundo, pero no podíamos ser mundanos.

A veces yo me pregunto qué diferencia hay entre una persona que es creyente y otra que no lo es.

Vamos a los mismos restaurantes, comemos las mismas cosas, vestimos decentemente de humor parecido, tenemos los mismos trabajos. Realmente, ¿en qué se diferencia un cristiano de uno que no lo es? No tanto por el exterior, cuanto sobre todo por lo que sucede en el corazón.

Si para nosotros tenemos como el único Dios verdadero a Jesucristo, evitamos que haya otros dioses.

La moda, el dinero, el placer, el bienestar, el confort, el éxito, el triunfo, todas esas cosas son las cosas que mandan en el mundo.

Tú tengas una revista de vanidades o un programa de cotillos, te das cuenta que la gente vive para quedar bien, para que hablen de ellos, e incluso sacan dinero de eso.

Nosotros no vivimos ni para quedar bien, ni para que hablen de nosotros, sino que vivimos para dejarnos amar por Dios y para que ese amor que recibimos de Dios, lo podamos transmitir a los demás.

Y es verdad, estamos en el mundo, pero no somos del mundo.

Es decir, no obedecemos a Dios.

Estamos en el mundo, pero no somos del mundo.

Es decir, no obedecemos, no servimos nada más que a un solo Señor, a un solo Dios que se ha manifestado en Jesucristo y no servimos a esos diosecillos pequeños, que son esos dioses por los cuales la gente se afana tanto.

De hecho, uno de los problemas más grandes que ha podido tener la Iglesia a lo largo de toda su historia es la mundanidad.

Una Iglesia medieval o una Iglesia renacentista, una Iglesia que se asimila a los esquemas mundanos, que son esquemas que no proceden de Dios, sino que proceden del pecado original, del afán del protagonismo, de la vanidad, de la soberbia, del afán del poder sobre los demás, cosas que el demonio instiga entre las personas, en las sociedades, en las relaciones humanas.

Por eso creo que con esta frase tan bonita del Señor, con esta palabra de vida, todos nos podríamos preguntar hasta qué punto somos personas cristianas o somos personas mundanas.

Vemos un anuncio y ya queremos tener algo. Vemos que el otro tiene un coche mejor o un reloj mejor o una casa mejor o un traje mejor y inmediatamente como que nos disgustamos o queremos ser iguales.

Todo esto nos puede hacer mucho daño. Y por eso Jesús les decía, Padre, guárdalos, porque no son del mundo.

Que tu Espíritu Santo, que ese don que es el don que Cristo promete que va a enviar desde el Padre, purifique nuestro corazón, porque esto es efectivamente en qué nos diferenciamos de los no cristianos, que no somos mundanos. Hacemos las mismas cosas, pero por amor de Dios, juzgamos la vida de un modo distinto, tenemos unos valores que por dentro no son los mismos, pero que realmente nos hacen vivir en comunión con Aquel que nos va a dar la vida eterna, porque sabemos que aquí en la tierra, en el mundo, nada nos va a salvar, ni el dinero, ni el placer, ni el poder, ni el tener, solo Jesucristo, crucificado en su dictado, salva al hombre.