
Martes 27 mayo - Juan 16, 5-11 - "Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito" 6oa3m
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Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo, permitiéndole consolarnos en la adversidad y defendernos del mal, para vivir con esperanza y confianza en la promesa de Dios. 725be
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«Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito» del Evangelio según San Juan. En aquel tiempo dijo Jesús a los discípulos, «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta, ¿a dónde vas? Sino que por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón.
Sin embargo os digo, es la verdad.
Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito.
En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena.
De un pecado, porque no creen en mí. De una justicia, porque me voy al Padre y no me veréis.
De una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado».
Los discípulos de Jesús están lógicamente tristes porque el Señor les dice que vuelve al Padre. O sea, que se vuelve al cielo.
Una vuelta que dará plenitud a su misión e incluso a su misma persona.
Y Jesús quiere consolarlos diciéndoles que el Espíritu, el Paráclito, el Espíritu Santo, el Consolador, vendrá a ellos y posibilitará una nueva manera de presencia.
Paráclito, eso significa abogado defensor, también consolador.
Y el Espíritu Santo es, en primer lugar, el abogado defensor.
El abogado defensor. ¿De quién nos defiende el Espíritu Santo? ¿Del que nos acusa? ¿Y quién nos acusa? Pues nos acusa del demonio, nos acusa del mundo.
Nos acusan diciéndonos que somos unos amargados o que nuestra vida es propia de pringados o que nuestra fe no tiene mucho sentido, que ya ha pasado de moda.
Y frente a eso, somos defendidos y fortalecidos por el Espíritu Santo.
Y también, o sobre todo, el Espíritu Santo nos consuela.
No solo nos defiende, sino que nos consuela.
Y esto es lo que el Señor les dice a los discípulos.
Oye, os enviaré el Espíritu Santo que os defenderá y os consolará.
Claro, el Señor no puede prometernos que no haya sufrimiento en nuestra vida.
De hecho, nunca promete que no va a haber sufrimiento.
Y tampoco el Señor nos puede prometer que mañana vayamos a estar mejor.
Pero sí nos promete el consuelo necesario hasta el día en el que nos vayamos al cielo.
Y es bueno, sin duda, que pidamos al Señor tener salud.
Que pidamos al Señor no sufrir.
Que pidamos al Señor que no se enfermen los que amamos.
Pero más importante es pedirle al Señor el consuelo.
El consuelo en medio de este valle de lágrimas que es la vida muchas veces.
Y tenemos que decir de corazón, Señor, envíame tu Espíritu Santo.
Para que cuando lleguen las rebajas de esta vida, yo las afronte con esperanza.
Sin dejarme llevar por la amargura.
Señor, consuélame con tu Espíritu.
Defiéndeme, por supuesto, con tu Espíritu.
Defiéndeme del acusador, defiéndeme del demonio, defiéndeme de la tentación.
Defiéndeme en esos momentos en los que parece que el mal me puede.
Defiéndeme.
Pero sobre todo consuélame.
Espíritu Santo, ven a mi corazón y consuélame.
Que no me deje llevar jamás por la tristeza, por la amargura, por la desesperanza.
Y que nunca olvide que tú estarás conmigo siempre, como prometiste todos los días hasta el final de los tiempos.
Y ahora estás, el Espíritu Santo, Dios está conmigo.
Para defenderme y consolarme.
Que nosotros reconozcamos este valor grande de esta persona de la Santísima Trinidad, que es el Espíritu Santo, el Defensor y el Consolador.
En este 27 de mayo celebramos a San Agustín, obispo de Canterbury, en Inglaterra, el cual, habiendo sido enviado junto con otros monjes por el Papa San Gregorio I Magno para predicar la Palabra de Dios a los anglos, eran los que vivían en Inglaterra, fue acogido de buen grado por el rey Etelberto de Kent, imitando la vida apostólica de la primitiva iglesia, convirtió al mismo rey y a muchos a la fe cristiana y estableció algunas sedes episcopales en esa tierra.
Murió un día como hoy, no, un día como ayer, 26 de mayo, fue cuando murió San Agustín, obispo de Canterbury, pues falleció el 26 de mayo del año 605.
Celebramos también a San Julio, mártir, que por ser veterano, se convirtió en el rey, fue apresado por los oficiales y entregado al gobernador máximo en época de persecución, y al maldecir en su presencia a los ídolos y confesar hasta el fin en nombre de Cristo, fue condenado a muerte en el año 360.
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