
¿Existe realmente la conciencia? 5l3i30
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La conciencia no es un constructo artificial. Es más bien un ser vivo que habita en nosotros, que puede ser educado o deformado. El hombre ha sido creado para la verdad, y la verdad exige una conciencia libre y despierta. LIBROS RECOMENDADOS "Carta al Duque de Norfolk", de John Henry Newman "El espejismo del yo", de Fernando Pérez del Río y Mercurio Alba "Laicidad y libertad de conciencia", de Jocelyn Maclure y Charles Taylor OTROS PÓDCAST RELACIONADOS 😌 Verdad, mentira... Posverdad 🏃🏼♂️ https://ivoox.descargarmp3.app/verdad-mentira-posverdad-audios-mp3_rf_135619550_1.html 😌 El buenismo🏃🏼♂️ https://ivoox.descargarmp3.app/buenismo-audios-mp3_rf_135071204_1.html REDES SOCIALES X (antes Tuiter) @SomosLibro y @hptr2013 Canal en Telegram https://t.me/lol33s ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/1029497 i551c
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Hoy traigo buenas noticias. Dios nos quiere perfectos. Pero no porque sea un tirano exigente sin escrúpulos, sino porque nos hizo a su imagen y semejanza. Y ¿sabes qué sucede? Que cada vez que dejamos de ser como somos, nos alejamos de él.
Pero la realidad es que no somos perfectos. No somos figuras geométricas exactas, no somos cuadrados con ángulos de 90 grados. Más bien, con el paso de los años, tendemos a redondear nuestras esquinas, a desgastar nuestras aristas. Nos tornamos, en ciertas formas irregulares y quebradizas, a veces amorfas.
El asunto es que, ¿qué ha sido de aquella mágica pregunta que nos hacían nuestros mayores y que nos ponía cara a cara con nosotros mismos? ¿Qué quieres ser de mayor? Yo me repito, ¿qué quiero ser de mayor? Tristemente, olvidamos demasiado pronto esta pregunta como si la vocación fuera una cosa de infancia. Y la verdad es que no deberíamos dejar de hacerla nunca porque esa pregunta inocente nos coloca ante el propósito de nuestra vida. Y es que, para ese propósito, siempre seremos demasiado pequeños, demasiado pobres, porque esa pregunta se hace siempre desde la niñedad del ser.
La trascendencia y Dios, el hombre y Dios, la vida y la muerte, son binomios que no se separan ni cuando nosotros queremos hacerlo, porque nada y en ningún caso podremos hacerlo, solo nos queda negar a nuestro antojo. Sin embargo, buscar el sentido de la existencia es lo único que nos asegura un camino seguro, aunque sea arduo, incomprensible para muchos e incluso a veces para nosotros mismos. Nuestra vida es un mundo de preguntas que se presentan concéntricas y que en una sociedad secularizada nos empuja a alejarnos de la conciencia primero, luego de la familia, después de la cultura ancestral que nos protege, hasta que por fin vacíos de todo nos entregamos al Estado.
El ser humano anhela una vida mejor. Ese deseo lo dirige conscientemente o inconscientemente hacia un horizonte que sin Dios acaba reduciéndose a un proyecto de cambio social. Ahí echa raíces el progresismo, que pretende fabricar un paraíso en la tierra pero sin reconocer la posibilidad de un más allá. Eso perfila al individualismo inihilista que para llenar el vacío de Dios, muchos se conforman con pequeños placeres, con una paz superficial que nunca cuestione el origen de su ser, es decir, su conciencia.
Algunos filósofos, psiquiatras y biólogos niegan la existencia de la conciencia. Dicen que es un constructo cultural, un fenómeno bioquímico moldeado por la educación, afecto cultural y las experiencias que recibimos a lo largo de la vida. Habría que aclararle a estos pensadores sin alma que la conciencia no es una invención humana, sino una autoridad moral que nos orienta hacia Dios. Saint John Henry Newman, en 1875, en una carta dirigida al duque de Norfolk, a propósito de esto mismo escribía, abro comillas, la conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo, cierro comillas.
No, la conciencia no es un producto de la cultura, ni un simple mecanismo del cerebro, es un pequeño haz de luz con el que nacemos, es la ley natural inscrita en nosotros, es lo que el progresismo desprecia, porque no es medible, porque pertenece al individuo profundo que todos llevamos dentro, porque nos aleja de la masificación y nos impide ser ciegamente lo que dictan las ideologías.
La conciencia no es un constructo artificial, es más bien un ser vivo que habita en nosotros, que puede ser educado o deformado. Es por lo que santo Tomás de Aquino enfatiza en su suma teológica y dice, abro comillas, la conciencia es el dictamen de la razón por el cual juzgamos que algo debe hacerse o no debe hacerse, cierro comillas.
Es decir, que la conciencia es un acto de la razón que debe estar bien formada para guiar nuestras decisiones. Una mala conciencia puede instalarse en el alma y atraparnos, pero no es imposible recuperar su luz. La perfección a la que Dios nos llama pasa ante todo por el deseo de alcanzarla como somos, por lo que somos, es decir, desde la humildad que en eso consiste, en reconocernos como somos y llegar a Dios como somos.
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