Eragon Parte 9 FINAL Narración Voz Humana 3b4f4a

Eragon. Arya desvió la mirada incómoda. Eragon se retiró bruscamente para volver con Zafira.

Al acercarse la noche, el campo de batalla quedó sumido en la quietud, silencioso como la muerte.

Los músculos de los hombres estaban tensos por la espera. Eragon miraba hacia la oscuridad.

Deberíamos dormir. Si ocurre algo, los demás nos despertarán.

Murtag refunfuñó. Eragon se acurrucó contra Zafira. Vio que Arya permanecía despierta y los vigilaba.

Tuvo pesadillas confusas y molestas. Por esas visiones, su sueño fue superficial e incómodo hasta que alguien le tocó el brazo.

Eragon se despertó con un sobresalto. Ha empezado.

Las tropas del campamento estaban en estado de alerta, con las armas a punto.

Oryx trazó un círculo con el brazo que sostenía el hacha para asegurarse de que disponía de suficiente espacio.

Arya sacó una flecha y la sostuvo, dispuesta para disparar.

Hace pocos minutos ha salido un explorador corriendo del túnel.

Explicó Murtag a Eragon.

¡Llegan los Úrgalos! Miraron juntos hacia la oscura boca del túnel, entre las prietas filas de hombres y las afiladas estacas.

Pasó lentamente un minuto, luego otro.

Sin apartar los ojos del túnel, Eragon montó en la silla de Zafira, con el agradable peso de Sarrok en la mano.

A su lado, Murtag montó en Tornak.

Entonces, un hombre gritó.

¡Los estoy oyendo! Los agudos gritos de los Úrgalos hendían el aire a la vez que sus oscuras figuras emergían a borbotones por la boca del túnel.

En respuesta a una orden, unos calderos de Brea se inclinaron hacia un lado derramando el líquido ardiente en la hambrienta garganta del túnel.

Los monstruos aullaron de dolor y agitaron los brazos en el aire.

Alguien lanzó una tea en dirección a la Brea, burbujeante.

En la entrada del túnel se alzó una columna anaranjada de llamas grasientas que envolvió a los Úrgalos en un infierno.

Eragon miró hacia los otros batallones al otro lado de Fathendur y vio fuegos similares.

Enfundó a Sarrok y tensó el arco.

Pronto llegaron más Úrgalos para apisonar la Brea y treparon sobre los cuerpos de sus hermanos calcinados para salir del agujero.

Como se apelotonaban, ofrecían un sólido muro a los hombres y enanos.

Detrás de la empalizada que Ori había contribuido a construir, la primera hilera de arqueros tensó los arcos y disparó.

Eragon y Arya subieron sus flechas al mortífero enjambre y contemplaron como las aetas se colaban entre las filas de los Úrgalos.

La hilera de monstruos se tambaleó y amenazó con romperse, pero se cubrieron con los escudos y capearon el ataque.

Los arqueros volvieron a disparar, aunque los Úrgalos seguían brotando hacia la superficie a un ritmo feroz.

Eragon se desanimó al ver cuántos eran. ¿Tendrían que matarlos a todos? Parecía tarea de locos.

El único estímulo era que no veía a las tropas de Galvatrix con los monstruos. Al menos, todavía no.

El ejército enemigo formaba una sólida masa de cuerpos que parecía extenderse sin fin, y entre los monstruos se alzaban andrajosos y sombríos estandartes.

Mientras el eco de Fadendul repetía las notas fúnebres que emitían las trompas de guerra, el grupo de Úrgalos al completo carajó con salvajes gritos de guerra.

Se lanzaron contra las hileras de estatas, que quedaron cubiertas de sangre y cuerpos inmóviles a medida que la vanguardia chocaba contra los postes.

Frustrados momentáneamente por las empalizadas, los Úrgalos se arremolinaron confundidos al tiempo que los barderos permanecían juntos a la espera del siguiente ataque.

Tras una pausa, se elevaron de nuevo los gritos de guerra cuando los Úrgalos se lanzaron hacia adelante. El asalto era desesperado. El ímpar desesperado.