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OCEANOSOPHIA
De la Tecnología y el Humanismo

De la Tecnología y el Humanismo 6c4i13

7/2/2025 · 57:41
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OCEANOSOPHIA

Descripción de De la Tecnología y el Humanismo 341u7

Presentado y dirigido por Alberto de Zunzunegui Balbín. Emitido el 07/02/25 El episodio lo hoy dedicaremos a analizar el efecto de la tecnología sobre las personas, en particular en lo que se refiere a nuestra parte más humana. Invitado: Antonio Barnés Vázquez Licenciado en Filosofía y Letras (Universidad de Granada, 1994) y Doctor en Filología (Universidad de Granada, 2008). Líneas de investigación: Cervantes, Humanismo, la Tradición clásica y Dios en la literatura contemporánea. Premio extraordinario de licenciatura concedido por la Junta de Gobierno de la Universidad de Granada (12.12.1994). Premio Internacional de investigación científica y crítica “Miguel de Cervantes” (2008). Escritor. OCEANOSOPHIA es un programa dedicado a la divulgación de la Cultura, la Ciencia y los Valores Humanos, basado en nuestras travesías temáticas a bordo de barcos históricos o singulares. https://www.oceanosophia.com 1n5u14

Lee el podcast de De la Tecnología y el Humanismo

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Océano Sofía, la aventura del conocimiento y el viaje interior a través del mar.
Un programa dirigido y presentado por Alberto de Zunzunegui Balbín.
Océano Sofía es la búsqueda del conocimiento, la cultura y los valores humanos a través de la navegación en el mar.
La luz que entraba por la ventana terminó por despertar al viejo maestro.
Como ya no tenía que levantarse temprano para ir a clase, dormía hasta que el sol le acariciaba para despertarle.
Hacía 5 años que había dejado de impartir aquellas clases de historia a las que había dedicado los últimos 40 años.
Siendo niño, cuando aún soñaba con ser 100 cosas en la vida, un buen día se dio cuenta de que en realidad su verdadera pasión era la historia.
Lo descubrió en la escuela pública de un pequeño pueblo de Ávila, de la mano de don Baldomero, su maestro, que a su vez vivía con pasión cada episodio narrado en clase.
Poco importaba si hablaba del antiguo Egipto, de la Grecia clásica, de la Roma imperial, de los vándalos, los vikingos, la reconquista,
del Cid, Alfonso X el Sabio, de Isabel de Castilla o de la primera vez que nuestras naos cruzaron el océano Atlántico.
Del descubrimiento del nuevo mundo, de la coraza de Hernán Cortés o el penacho de plumas de Quetzal de Moctezuma.
De Solimán el Magnífico, Lepanto o Álvaro de Bazán, de Trafalgar o la Guerra de Independencia.
De las trincheras de la Primera Guerra Mundial, de la fraticida Guerra Civil Española, de las atrocidades del Holocausto o de la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
que en 1948 volvió a recuperar la dignidad del ser humano a través de sus treinta artículos.
Todo lo contaba con pasión aquel maestro y con convicción, pero sobre todo con un vivo deseo de enseñar a pensar a sus alumnos,
extrayendo de cada acontecimiento histórico una moraleja, una lección de vida, un aprendizaje.
Y sí, también desde el amor por sus alumnos a los que estaba entregado y quería casi como si fueran los hijos que la vida le había negado.
El viejo maestro recordó todo aquello y el legado que había recibido con verdadera añoranza,
tanta que a veces no podía evitar entremezclar los recuerdos con un profundo sentimiento de pena.
El mundo había cambiado, la tecnología había arrebatado los libros de las aulas, los bolígrafos de las manos de los estudiantes,
arrancado las pizarras de tiza de las paredes y con ellas también los crucifijos.
Pero la tecnología no tenía suficiente y siguió devorando todo lo que encontraba a su paso.
Su voracidad acabó con las clases presenciales, con los juegos en el patio, con las peleas y las reconciliaciones,
con las amistades de la infancia y también con los maestros que poco a poco fueron siendo sustituidos por avatares
que alguna mente brillante consideró que podían sustituir a los maestros de bata y levita, de carne y hueso.
Ahora era la inteligencia artificial la que determinaba los programas académicos
y la que desde pantallas de plasma y hologramas hablaba a los alumnos, de forma ecuánime, inexpresiva,
sin fallos que un alumno avezado pudiera corregir, casi perfecta.
Pero sin pasión, sin calor, sin amor por los alumnos, sin humanidad.
Ya no habría alumnos que sintieran a su vez cariño por sus maestros.
Tampoco la deuda de gratitud que conlleva el aprendizaje y la responsabilidad de transmitir a su vez ese conocimiento.
Tal vez por eso el mundo había empezado a convertirse en un lugar frío, gris y anodino,
en donde a medida que la tecnología llenaba nuestras vidas, las vidas se iban vaciando de contenido, de vocación, de misión o trascendencia.
Un barco con las centinas llenas de individuos sin sueños, sin alegría, sin metas, sin alma.
Y un día más ya no estaría.

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