LA COLUMNA SONORA_31_Canta y sé feliz n2zn

La columna sonora por Carmen Sánchez.

Un 6 de abril de 1974 se celebraba Eurovisión en Brighton, en Reino Unido.

El representante de España en este festival fue el considerado rey de la rumba, Peret, y actuó con la canción Canta y sé feliz.

Mi madre lo recuerda perfectamente porque ese día se casó con mi padre.

Lo estuvieron viendo en su piso recién estrenado.

Eran recién casados.

Todo era recién.

A partir de ahí, la vida para ambos cambiaría.

Llegó el primer hijo, que sería el primer nieto y sobrino de la familia.

Momento de gran felicidad y de descubrimiento y aprendizaje de esas muchas primeras veces.

Poco después, vendría al mundo una niña preciosa de pelo rizado.

Cuatro años más tarde, otra hija, de frente despejada, nada que ver con sus marañas interiores.

Y luego, un último hijo, el pequeño, el que amagaba tras una dulce e inocente mirada alguna que otra travesura.

Jordi Gandía recordaba a su padre, Eleuterio, el día de su funeral, con un poema de música que todas las noches le recitaba para irse a dormir cuando eran unos niños.

Y me hizo pensar en mi madre.

Ella nos contaba y nos cantaba cuentos.

Con su ritmo, con su música, con su entonación.

De hecho, lo sigue haciendo, aunque sus destinatarios ya no somos sus hijos, sino sus nietos.

No conozco a nadie que sepa tantas canciones como ella.

Canciones de corro, canciones de comba, canciones para jugar con las manos.

¡Qué suerte hemos tenido, Jordi! Pensaba en la misa.

Tener unos padres con tanta dedicación, con tanto amor a su familia, con tanta pasión por la palabra.

Esta columna sonora va dedicada a las familias.

A la tuya.

Y a la suya también.

Y a la mía.

Hoy quiero hablar del más profundo sentido de familia.

De ese fuerte vínculo que se crea de amor, de pertenencia, de apoyo.

O así debería ser.

Capaz de unir frente a la adversidad, pero también poderosa para generar distancia.

La familia.

El lugar seguro donde construir la identidad de cada uno.

Esa primera identidad de la que hemos hablado en otras ocasiones.

Donde recibimos y asumimos los valores que nuestros padres nos transmiten.

Donde empezamos a conformar nuestra personalidad bajo un bienestar emocional de dependencia.

De agradable dependencia.

Es una sensación parecida, imagino, a la que experimenta el bebé en la barriga de su mamá, flotando en la nada, pero con el todo a sus pies.

Seguro.

Invulnerable.

La familia es algo más que los lazos sanguíneos que te unen a otros.

Hay personas que siempre se alegran por tus éxitos, que te acompañan en los fracasos.

Amigos que te respetan y que tú respetas.

Hay personas dispuestas a pedir un aplauso, hay personas dispuestas a pedir un aplauso en tu última función de la vida ante tu féretro y entre lágrimas.

Porque hay personas a las que le importas.

Esa también es tu familia.

Pienso en la familia como una valija de seda, suave y resistente, donde poder encontrar amor, aprecio, tolerancia, comunicación, resiliencia, compromiso.

Don Vito Corleone nos invitaría a protegerla hasta el final.

Yo también.

Pero sin violencia.

Con la palabra.

Con los hechos.

Porque todo debe fluir.

Sin ninguna manipulación.

Y de repente, una noche vuelves a escuchar la voz de tu madre cantando un cuento en la oscuridad con su voz aterciopelada, melodiosa.

Y no puedes evitar sonreír y sentir felicidad y gratitud.

Felicidad y gratitud.

Ciertamente, lo que sentirían ellos la noche que vieron a Peret en Eurovisión.