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Bienvenidos a Un beso en la taza, soy Olga Paraíso y hoy nos sumergimos en un tema fascinante que tiene mucho que ver con la naturaleza, la supervivencia y tal vez con nuestra propia vida.
El mimetismo batesiano.
Imagínate un animal inofensivo que se disfraza de uno peligroso, adoptando sus colores o incluso su comportamiento para evitar ser devorado por un depredador.
Es un truco de la naturaleza que asegura su supervivencia.
Pero qué ocurre si llevamos esta idea al plano humano.
Recuerdo una mañana que no fui al colegio fingiendo dolor de cabeza, me quedé sola en casa y vi en la tele un documental sobre insectos imitadores.
En no sé qué parte de los trópicos vive una mosca que imita a las avispas.
Tiene cuatro alas, como todas las de su especie, pero las superponen de manera que parecen dos.
Tiene el abdomen de rayas amarillas y negras, antenas, los ojos altones y un aguijón de mentira.
No hace nada, es buena, pero vestida como una avispa infunde miedo a aves, lagartos y hasta a los seres humanos.
Entra tranquilamente en los avisperos, uno de los lugares más peligrosos y vigilados del mundo, y nadie la reconoce.
Me había equivocado en todo.
Ya sabía lo que tenía que hacer.
Imitar a los más peligrosos.
Esa pequeña mosca, con su audacia y su disfraz perfecto, me enseñó entonces una gran lección.
A veces en la vida fingir fuerza es el primer paso para encontrarla.
Porque ¿cuántas veces hemos sentido que estamos en medio de un avispero?, ¿cuántas veces nos hemos enfrentado a situaciones que nos hacen sentir vulnerables, pequeños o incluso indefensos? En esos momentos, disfrazarnos de algo que no somos puede parecer una estrategia válida.
Pero aquí es donde debemos tener cuidado.
Porque al igual que el disfraz de la mosca, nuestras máscaras pueden protegernos, pero también desconectarnos de quienes realmente somos.
Nos podemos acostumbrar tanto a parecer fuerza, seguridad o alegría, que olvidamos cómo se siente ser vulnerables, auténticos, irreales.
Nos olvidamos de que la verdadera conexión humana no ocurre cuando mostramos nuestras máscaras, sino cuando tenemos el valor de quitárnoslas.
No para engañar, sino para protegernos, para darnos el tiempo de construir la fuerza que necesitamos mientras navegamos por territorios hostiles.
Quizá no tengamos los colores vibrantes de una mariposa tóxica o el veneno de una serpiente, pero a menudo nosotros también adoptamos disfraces, ¿no crees? Tal vez no para protegernos de un depredador literal, pero sí de la crítica, el rechazo o la vulnerabilidad.
Nos adaptamos como aquella mosca que finge ser otro para sobrevivir.
Nos escondemos tras comportamientos aprendidos.
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