YO SOY SUFICIENTE 693f4n

Hola, soy Sonia Moedano y te doy la bienvenida a tu milagro cotidiano, un rincón suave, sagrado, donde comparto contigo lo que llevo dentro desde hace décadas de camino, búsqueda, caídas, sanaciones y sobre todo milagros. Soy profesora, terapeuta y madre, y aquí comparto contigo en este podcast que no pretende darte respuestas absolutas, sino acompañarte a recordar lo que ya sabes pero que a veces olvidas. Porque el alma no olvida, sólo duerme, y aquí estamos para despertarla. Hoy te invito a quedarte conmigo en un episodio muy especial. Vamos a hablar de una frase que parece pequeña, pero que encierra una revolución grandísima. Yo soy suficiente.

¿Te ha pasado alguna vez que dices yo soy suficiente y en el fondo algo dentro de ti se encoge? Como si una parte quisiera creerlo, pero otra se burlara. Como si esas palabras rebotaran en una pared invisible, construida con años de dudas, exigencias y comparaciones.

Hoy quiero que caminemos juntas hacia el corazón de esa frase, no como un consuelo, no como una frase motivacional, no como un intento de silenciar las críticas internas, sino como una verdad sagrada. Te lo repito, como una verdad sagrada, como un rugido silencioso que nace del centro de tu alma. Porque cuando una persona recuerda que es suficiente, no sólo cambia su vida, cambia el mundo. Hoy te invito a escuchar con el corazón abierto, no para entender, sino para recordar. Porque esa frase que tanto te cuesta creer, quizás sea la llave que te devuelva a ti.

Antes de poder evitar la verdad de que somos suficientes, necesitamos reconocer la herida.

Esa herida silenciosa, profunda, que se fue formando en la infancia cuando empezamos a dudar de nuestro valor. Quizá no fue con grandes traumas, a veces basta una mirada de desaprobación, una comparación con otro niño o una exigencia que parecía pequeña, pero se repitió muchas veces.

Nos dijeron que para ser valiosas teníamos que portarnos bien, o sacar buenas notas, o ser delgadas, o no molestar, o complacer, y poco a poco fuimos construyendo la creencia de que así, tal como éramos, no era suficiente. Y nos adaptamos, aprendimos a poner máscaras, la niña buena, la niña fuerte, el niño bueno, el niño fuerte, inteligente, la que siempre ayuda, la que nunca se equivoca, la que aguanta todo. Pero debajo de todo eso, muchas veces vivía una voz que decía no soy suficiente, tengo que hacer más, ser más, dar más. Esa voz nos ha acompañado en la adolescencia, en las relaciones, en el trabajo, en la maternidad, a veces incluso en nuestro desarrollo espiritual.

No medito lo suficiente, no avanzo lo suficiente, no soy suficientemente consciente. Es una herida tan común en tantas personas que se vuelve invisible, pero está ahí. En cada vez que te castigas por no cumplir tus propias expectativas, en cada vez que te adaptas demasiado olvidándote de ti misma, en cada comparación con otras personas, en cada vez que sientes que no mereces algo bueno y que los demás se van a dar cuenta de tus fallos. Hoy no estamos aquí para juzgar esa herida, estamos para abrazarla. Porque esa herida tiene una historia en ella.