El Viaje de Sonia (32) Cuando una mirada vale más que mil palabras 21 04 25 1l5yx

Conecta el viaje de la Sonia.

Hoy nos espera una nueva aventura, un recorrido por los caminos de la vida, porque, como dice la Sonia, cada día no es siempre.

El viaje de Sonia, con Sonia de Sol.

Hola a todos y bienvenidos una semana más al viaje de Sonia.

Este episodio, el número 32 del viaje de Sonia, se publica en una fecha muy especial para mí, porque hoy, el 21 de abril, es mi cumpleaños y cumplo 44.

Y la verdad es que me hace bastante ilusión que este episodio vea la luz precisamente hoy.

Es un episodio especial para mí, no solo porque es mi cumpleaños, sino porque además coincide cronológicamente con el año 2018, el año de mi cambio de chip más heavy, a raíz de mi ingreso ambulatorio de cuatro meses en la Goodman.

Como ya os conté en el episodio 3 del podcast y que os animo a que lo escuchéis aquellos que no lo hayáis hecho, me quedaron muchas historias por compartir de aquellos cuatro meses en la Goodman.

Y me apetecía contar las dos historias con las personas que creé un vínculo más intenso a nivel emocional en este día tan significativo para mí.

La primera historia quiero hablaros de una amistad muy especial que surgió durante ese tiempo.

Fue una conexión mágica que formé con dos compañeros, José Ramón y Néstor.

José Ramón era un hombre mayor de aquí de Cataluña que aún no se había jubilado y había sufrido un accidente con su camión durante una descarga.

No recuerdo con exactitud lo que le ocurrió, pero sí que le dejó secuelas a nivel de memoria.

Néstor, por su parte, era un chico joven del sur que tuvo un grave accidente de tráfico.

Al principio, Néstor iba en silla de ruedas, pero por suerte la dejó bastante rápido.

También le quedaron secuelas cognitivas, especialmente en el habla y la memoria, aunque fue mejorando aproximadamente.

Con ellos formábamos lo que nosotros mismos llamábamos el trío calavera.

Lo curioso es que sólo coincidíamos en una clase, la de después de comer.

Aún así, creamos un vínculo muy bonito y profundo en un periodo de tiempo sorprendentemente corto.

Supongo que fue por la situación en la que nos encontrábamos, lo que vivíamos día a día en la Gutmann, y todo eso une.

Esa clase, en concreto, era de terapia cognitiva y, sinceramente, nunca entendí por qué me metieron ahí.

Aquí abro un paréntesis de los míos, porque cuando entras en la Gutmann, te hacen un test cognitivo al inicio del ingreso y al final para ver la evolución.

En mi caso, el médico que me pasó un mollón de pruebas y que estuve con él cerca de una hora, al final me dijo que era absurdo porque mis capacidades cognitivas estaban estupendamente y que lo del test al finalizar el ingreso, que ni me lo harían.

Incluso llegué a pedir que me cambiaran de clase y que me pusieran en un sitio donde aprovechara el tiempo, porque a nivel cognitivo era evidente que yo estaba perfectamente.

Aquella clase estaba pensada para personas con dificultades en la memoria, derivadas de sus lesiones y yo no tenía ese problema.

Los ejercicios que hacíamos a mí, que estaba estupenda, me resultaban absurdos, la verdad.

Pero con los días empecé a disfrutar tanto de aquellas sesiones y a reírme tanto que acabé quedándome voluntariamente.

Los ejercicios, para que os hagáis una idea, eran del estilo de juegos de cadena.

Pues imaginaros todos sentados en un círculo, el fisioterapeuta guiaba la sesión y yo qué sé, un ejercicio era, por ejemplo, que cada persona debía repetir lo que habían dicho las anteriores para añadir un nuevo elemento.

Por ejemplo, el terapeuta decía una temática, colores, y uno decía azul, el siguiente azul y rojo, el tercero azul, rojo y verde, y así sucesivamente.

Como os podéis imaginar, con las dificultades de memoria que tenían mis compañeros, llegaba un momento en el que yo me sentía como si fuera una persona