
Descripción de La venganza de una cornuda 6p5z5e
https://bellaperrix.com ❤️ Como muchas otras mujeres, descubrí que era una cornuda. Mi marido me ponía los cuernos con su secretaria. Al principio me invadió la ira y la desesperación, pero... me tranquilicé al pensar que mi venganza iba a ser todo un placer. Mi estrategia sería pagarles a los dos con la misma moneda: me acostaría con el marido de ella para así hacerlos cornudos a los dos a la vez, al cabrón de mi marido y a la puta de su secretaria. 🔔 SÍGUEME y ACTIVA LA NOTIFICACIÓN para recibir mis relatos eróticos. 🔔 Un nuevo relato erótico cada LUNES!. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/1795339 676a37
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Lo venía sospechando desde hace tiempo. Y un buen día lo supe. Mi marido me engañaba con la secretaria.
Me dio tanta rabia que estuve tentada de montarle una escena de celos.
Cuando me calmé, pensé que lo mejor era pagarles con la misma moneda.
Así que me las ingenié para ponerle los cuernos a él y a ella. O sea, acostarme con el novio de la secretaria.
El muchacho en cuestión trabajaba de camarero en una cafetería del centro de la ciudad.
Era alto, moreno, delgado y con un par de brazos fuertes y musculosos.
No estaba mal, pero que nada mal. La venganza iba a ser todo un placer.
Cada mañana acudía puntualmente al local para tomarme un café con un bollo.
Me hice una clienta habitual. De ese modo pude ir ganándome su confianza.
Poco a poco y día tras día le fui dando conversación hasta dejarle muy claro que podía ligar conmigo cuando quisiera.
Finalmente el chico se armó de valor y me pidió una cita.
Yo se lo puse tan fácil que enseguida se imaginó que buscaba rollo.
Le dije que estaba recién divorciada, que mi marido nunca me satisfizo en la cama y que tenía ganas de recuperar el tiempo perdido.
Le llevo a un hotel cerca del bar donde trabaja.
Cuando llegamos al dormitorio él empezó a desnudarme sin prisa pero sin pausa, entreteniéndose como un niño para dar más morbo a la situación.
Sus dedos desabrochan los botones de mi blusa, el cierre de mi sujetador y baja la cremallera de mi falda casi sin darme cuenta.
Sus manos iban palpándome como queriendo reconocer el terreno antes de iniciar el juego.
Él estaba muy excitado y yo me mantenía fría e inmóvil, dejándole hacer y sin tomar partido.
Quería estar plenamente consciente y no abandonarme a la lujuria para así saborear mejor la venganza.
Él me besaba en las mejillas, en la frente y en la boca, mordisqueaba mis labios.
Sus manos me rozaban suavemente los pechos que poco a poco iban respondiendo a sus caricias.
Cada vez se iban poniendo más duros. Con tanto sobeteo y como una nuez de piedra dejé jugar yo también, por lo que moví la ficha.
Palpé el bulto de su paquete por encima del pantalón y fui estrojándolo hasta notar cómo iba endureciéndose aún más.
Aquel miembro parecía que fuera de piedra. Nunca antes había tocado un pene tan largo y tan duro.
En ese precioso instante supe que me iba a gustar. Me cogió del brazo y me arrastró hasta la cama.
Una vez allí me empujó con suavidad y yo me dejé caer con los brazos en cruz.
Dejé que él se colocara encima mío y me cubriera el cuerpo de besos.
Empezó por los pómulos, siguió por las mejillas, me dio uno en la barbilla y al llegar al cuello me mordió y me dio un chupetón de los que dejan marca. Luego siguió con sus zalamberías, recorriendo mi geografía con sus labios.
Cuando los posó sobre mis pechos yo ya estaba deseando bajarle los pantalones. Por un momento pensé en hacerlo, pero no.
Ya que estaba disfrutando tanto, quise que las cosas siguieran como estaban.
Me besó la tripa, me mordió con los incisivos la primera de las costillas falsas e introdujo la punta de la lengua en el ombligo.
Cuando iba a empezar el recorrido por el pubis le aparté la cabeza y tomé la iniciativa.
Le tumbé sobre la cama y me cuidé de quitarle la ropa con la misma lentitud y parsimonia de la que él hizo gala.
Primero le desaproché la camiseta y descubrí su pecho varonil y lanudo.
Me entretuve en rizarle los pelos que tenía alrededor de los pezones. Los fui enredando en mi dedo anular.
Luego le bajé la cremallera del pantalón e introduje la mano para acariciarle el miembro por encima del calzoncillo.
Lo tenía enorme, tieso y erecto, a punto de estallar, pero muy, pero que muy caliente.
Le bajé los pantalones, le bajé los calzoncillos y descubrí aquel cacho de carne alargada y cilíndrica.
Se lo agarré con la mano y lo agité suavemente.
Comentarios de La venganza de una cornuda 2v414