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El Secreto de la 'Operación Vultus' - Artículo de Javier Sierra - EDENEX -

El Secreto de la 'Operación Vultus' - Artículo de Javier Sierra - EDENEX - 1os65

24/5/2025 · 06:25
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En el episodio titulado "Operación Vultus", el escritor y periodista Javier Sierra nos invita a redescubrir el arte y el mundo a través de los ojos de los niños. Narrado con la voz de Liau Vela, este relato íntimo y reflexivo comienza con una visita aparentemente intrascendente al Museo del Prado junto a sus hijos pequeños. Lo que parecía una excursión fallida se convierte en una revelación: los niños, guiados por la narración y el juego, son capaces de descubrir detalles y significados ocultos en las obras que los adultos ya no ven. Inspirado por su experiencia personal y estudios científicos recientes sobre percepción infantil en museos, Sierra propone una idea fascinante: que los niños poseen una mirada virgen y afinada, capaz de percibir lo que los adultos han olvidado ver. Esta premisa lo lleva a emprender una aventura más profunda con sus hijos, recorriendo las cuevas rupestres del norte de España, donde los pequeños se convierten en verdaderos exploradores de las huellas del pasado. Así nace la "Operación Vultus", una experiencia que no solo transformó la manera en que Sierra miraba el arte y el tiempo, sino que también sembró la semilla de su nueva novela, El plan maestro. Este episodio es una oda a la imaginación infantil, a la capacidad de asombro y a la necesidad de reaprender a mirar el mundo con ojos nuevos. https://www.edenex.es 3k6p5q

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El secreto de la Operación Vultus.

Los niños habían sido determinantes en la exploración de cuevas, con arte rupestre, revelándose mucho más capaces que los adultos para descubrir trazos sobre sus paredes de piedra.

Tenían tres y cuatro años cuando llevé a mis hijos por primera vez al Museo del Prado.

Así, a bote pronto, no parecía una excursión fácil.

Martín apenas estaba interesado en montar juguetes de Lego y Sofía, más vivaz, sólo se quedaba quieta si en la tele se asomaban Mani Manitas o los Little Einstein.

Yo conocía bien la colección de pinturas.

Llevaba meses visitándola para completar una de mis novelas y tenía un arma secreta que quería poner a prueba.

Así que insistí.

En la galería principal, delante del impresionante lavatorio de Tintoretto, colgaban dos cuadros casi idénticos.

El primero era un Tiziano pintado hacia 1550.

Mostraba a Eva alargando su brazo hacia el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, donde una serpiente con torso de niño le tendía la manzana del pecado.

Adán estaba a su lado, sentado, tratando de detenerla.

El segundo era una copia firmada por Rubens.

Su Eva era la misma, pero Adán ya no miraba a los ojos a su compañera y un enorme loro parecía vigilarlos desde las ramas.

Ambos lienzos.

Iban a permitirnos jugar a encontrar las diferencias.

Funcionó.

Nos pasamos casi 40 minutos frente a ellos sin que se quejaran una sola vez de lo duro que estaba el mármol donde nos habíamos sentado o lo aburrido que era mirar durante tanto tiempo dos imágenes estáticas.

Me sorprendió, eso sí, las cosas en las que se fijaron.

En el Tiziano, Sofía se detuvo en unas nubes grises al fondo de la escena.

Eran mucho más oscuras y densas en el Rubens.

Ahí va a llover, papá, solto.

Martín, en cambio, no podía quitarle el ojo al niño serpiente.

En uno miraba a la manzana, en el otro a Eva.

Aproveché entonces para contarles que en el Génesis no se menciona la manzana y que si los pintores la representaban una y otra vez en sus obras era porque en latín malum, lo malo, se parece fonéticamente a mela, manzana.

Entonces la manzana mordida que llevas en el teléfono es porque es malo, indagó Martín, haciendo una asociación simbólica que me dejó perplejo.

Faltaban aún algunos años para que se publicaran los resultados de un estudio científico realizado con niños en el Rijksmuseum de los Países Bajos.

En octubre de 2024, Scientific Reports publicó el trabajo de diez investigadores que habían entregado a pequeños de 10 a 12 años gafas para mapear los lugares en los que se detenían sus ojos.

A un grupo lo invitaron a leer las cartelas del museo.

Casi siempre orientadas a adultos, a otro le dieron un texto adaptado a su edad en el que se contaba una historia del cuadro y al tercero se los dejó a su aire.

Los datos mostraron que los niños que leyeron las cartelas y los que iban sin guía dispersaban su mirada en la obra sin detenerse en nada.

Pero en cambio, los que fueron tutelados por un cuento habían focalizado durante largo tiempo su percepción, a veces en lugares inesperados.

Eso fue exactamente lo que les pasó a mis hijos aquel día.

De hecho, repetimos la experiencia con otras obras.

En ocasiones nos dedicábamos a buscar objetos concretos en las telas, quesos, pájaros, flores o notas de papel, por ejemplo, y en otras jugábamos a ponerles voz a los gestos de los caballeros de las lanzas o a los espantos del jardín de bosque.

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