
Saga El paralaje neanderthal - 1 Homínidos - Robert J. Sawyer 5g4o5
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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los Neanderthales y no los Cromagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo.Ponter Boddit, un físico neanderthal, cruza accidentalmente la barrera entre esos universos. En nuestro mundo será reconocido inmediatamente como neanderthal, pero sólo mucho más tarde como científico. 3d5g5m
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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los neandertales y no los cronagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo.
Ponter Bodit, un físico neandertal, cruza accidentalmente la barrera entre esos universos.
En nuestro mundo será reconocido inmediatamente como neandertal, pero sólo mucho más tarde como científico.
Dos culturas distintas se enfrentan, con todas las dificultades que ello representa, mientras el compañero de Bodit, Adikoruld, se encuentra, en su universo de neandertales, con un laboratorio destrozado, un cuerpo desaparecido, mucha gente recelosa a su alrededor, y enfrentado a un complejo juicio por asesinato.
Hominidos es el inicio de una prodigiosa exploración cultural, un nuevo tipo de ficción antropológica que centra sus mejores virtudes no sólo en la más actual ciencia moderna, sino, y sobre todo, en las complejas consecuencias culturales, humanas y antropológicas de un inesperado cruce de culturas.
Robert J.
Sawyer Dominidos El paralaje neandertal, 1.
Un primer día.
Viernes, 2 de agosto 148, 103, 24.
La negrura era absoluta.
Contemplándola se hallaba la Louise Ebenoit, de 28 años, una escultural postdoctorada de Montreal con una cabellera de hirsuto pelo castaño recogida, como se exigía allí, en una redecilla.
Hacía su guardia en una abarrotada sala de control, enterrada a dos kilómetros, una milla y cuarto, como explicaba a veces a los visitantes americanos con aquel acento francés que les encantaba, bajo la superficie de la tierra.
La sala de control estaba junto a la cubierta situada sobre la enorme caverna oscura que albergaba el Observatorio de Neutrinos de Sudbury.
Suspendida en el centro de la caverna se hallaba la esfera acrílica más grande del mundo, de 12 metros, casi 40 pies, de diámetro.
La esfera contenía 1.100 toneladas de agua pesada cedida por la Atomic Energy of Canada Limited.
Envolviendo aquel globo transparente había una disposición geodésica de vigas de acero inoxidable, que sostenía 9.600 tubos multiplicadores, cada uno alojado en una parábola reflectante y apuntando hacia la esfera.
Todo esto, el agua pesada, el globo acrílico que la contenía y la concha geodésica envolvente, estaba alojado en una caverna en forma de cañón de 10 pisos de altura, excavada a partir de la roca norita adyacente.
Y esa gargantuesca cueva estaba llena casi hasta arriba con agua regular ultrapura.
Lo Luis sabía que los dos kilómetros de roca canadiense que había encima protegían el agua pesada de los rayos cósmicos.
Y la concha de agua regular absorbía la radiación de fondo natural de las pequeñas cantidades de uranio y torio de las rocas cercanas, impidiendo que alcanzara también el agua pesada.
De hecho, nada podía penetrar en el agua pesada excepto los neutrinos, aquellas infinitésimas partículas subatómicas que eran el tema de la investigación de lo Luis.
Billones de neutrinos atravesaban la Tierra cada segundo.
De hecho, un neutrino podía atravesar un bloque de plomo de un año luz de grosor con sólo un 50% de probabilidades de golpear algo.
Con todo, del Sol surgían neutrinos con una profusión tan enorme que ocasionalmente se producían colisiones y el agua pesada era un blanco ideal para esas colisiones.
Los núcleos de hidrógeno del agua pesada contenían un protón, el componente normal de un núcleo de hidrógeno, además de un neutrón.
Y cuando un neutrino chocaba contra un neutrón, el neutrón se descomponía, liberando un nuevo protón, un electrón y un destello de luz que podía ser detectado por los tubos fotomultiplicadores.
Al principio, las oscuras cejas arqueadas de Luis no se alzaron cuando oyó la alarma de detección de neutrinos acerping.
La alarma sonaba brevemente una docena de veces al día, y aunque normalmente era lo más excitante que pasaba allí abajo, no merecía la pena levantar la vista de su ejemplar de Cosmopolitan.
Pero entonces la alarma volvió a sonar, y luego otra vez más, y entonces se convirtió en un sólido e interminable silbido eléctrico como el egg de un moribundo.
Luis se levantó de su mesa y se acercó a la consola detectora.
En la alarma había una foto enmarcada de Stephen Hawking, sin firmar, naturalmente.
Hawking había visitado el Observatorio de Neutrinos de Sudbury en su inauguración hacía unos cuantos años, en 1998.
Luis se dio un golpecito en el altavoz de alarma, por si era un fallo del sistema, pero la alarma continuó.
Paul Kiriyama, un delgaducho estudiante graduado, entró corriendo en la sala de control, procedente de algún lugar de la enorme instalación subterránea.
Luis sabía que Paul solía cortarse ante ella, pero esta vez no le faltaron palabras.
¿Qué demonios está pasando?, preguntó.
Había una cuadrícula de pantallas de 98x98 en el , representado los 9600 tubos fotomultiplicadores.
Cada uno de ellos estaba iluminado.
Tal vez alguien ha encendido por accidente las luces.
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