PSOE. Radiografía de la corrupción. t182

Si uno de los mayores recelos que tenemos los libertarios son los estados y su constante voracidad de poder, el PSOE es uno de los mayores exponentes de ello, la prueba de lo que ocurre cuando un partido convierte al estado en su patrimonio personal y actúa como lo haría cualquier mafia. No hablamos de simples escándalos, sino de un método de gobierno basado en el saqueo, la impunidad y el control absoluto de las instituciones.

Desde el expolio de fondos públicos con la trama Coldo, hasta la utilización de os y tráfico de influencias en beneficio de Begoña Gómez, pasando por el fiscal general del estado, la gestión del PSOE responde a un patrón, el poder como negocio y la política como un seguro de inmunidad judicial. La normalización del robo, el blindaje institucional de los responsables y el uso de los organismos del estado como herramientas para protegerse a sí mismos son ya parte de la esencia del Partido Socialista Obrero Español.

Desde que Sánchez accediera a la presidencia del partido de forma difusa y posteriormente a la presidencia del gobierno, los escándalos y casos de corrupción no han hecho más que aumentar, y junto con los medios afines y parte de los organismos judiciales, todos los esfuerzos se han centrado en desviar la atención, señalar a la turbo ultraderecha como la culpable de la proliferación de bulos mediante el uso de la UFER y en mantenerse en el poder a pesar de que el cerco cada vez se estrecha más en torno a la figura del presidente del gobierno. Pero claro, si hay estados de por medio, podemos esperar lo peor.

Para que una estructura mafiosa se sostenga, es fundamental controlar la narrativa. En España esa función la cumple RTVE, convertida en un organismo de propaganda al servicio del PSOE. Y es que las televisiones públicas y medios regados con dinero del contribuyente no pueden ser sino lupanares satelitales del gobierno de turno.

Los periodistas afines colocados a dedo dan cobertura mediática a lo que el gobierno necesita en cada momento y, curiosamente, su discurso coincide de forma constante con lo que el gobierno dice en fuentes oficiales. Una manipulación informativa sistemática con un sesgo evidente en el enfoque de las noticias. En el caso de González Amador, por ejemplo, figuras mediáticas han justificado la supuesta filtración del fiscal general del estado, Álvaro García Ortiz, exponiendo que se le señalaba por decir la verdad o informar de un delito.

Lo que no se cuestiona es que, en un supuesto estado de derecho, un fiscal general del estado pueda filtrar o señalar datos de un ciudadano particular con fines partidistas. No hay apenas voces afines al gobierno que defiendan que no todo vale y que sea González Amador culpable o no. Pareciera que el aumento de filtraciones sobre Begoña Gómez concatenaron una artimaña defensiva del PSOE centrada en dañar la imagen de Isabel Díaz Ayuso a través de un pufo con Hacienda en el que su pareja sentimental se encontraba inmerso. A asistimos ojipláticos a cómo María Jesús Montero explicaba ante los micrófonos que González Amador era un defraudador confeso, horas antes a que la noticia se filtrase y apareciera en los medios.

A cómo Pedro Sánchez solicitaba que se le pidiera perdón a García Ortiz cuando no se encontraron mensajes comprometedores en su móvil porque habían sido borrados. O cómo, hace unas semanas, José Miguel Contreras apoyaba a García Ortiz por haber borrado los mensajes de su teléfono. El mensaje es simple. Los medios públicos no son medios de comunicación, son agencias de protección política que no están interesados en cuestionar la forma de operar de los gobernantes.

Aún seguimos a la espera de algún reproche al gobierno por parte de Silve Inchaurrondo, aunque el sueldo de más de medio millón de euros por el que se la fichó por dos años en RTVE puede darnos señales del porqué del silencio de la periodista. Además, no debemos olvidar a los demás satélites que pululan alrededor de esta banda organizada. Los periodistas, más afanados en preguntar a un ministro si es fan o no de Taylor Swift, que de saber qué se hace o no con nuestro dinero. Y es que en la cultura de la huida hacia adelante, son cómplices todos de esta estructura que se ha convertido en un maldito tráfico de dinero.