
Descripción de El Principito. Capítulos del 1 al 8 6d5m4w
Acá conocemos al relator de la historia, su desperfecto mecánico en medio del desierto y una aparición maravillosa: El Principito, salido de ningún lado, un ser increíble que de a poco se va descubriendo. Vamos a ir conociendo algo de él y de su pequeño planeta j2p1f
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Hola, soy Osvaldo y hoy te traigo la primera parte de El Principito, un clásico para chicos y para grandes. La historia de Antoine de Saint-Supéry, de un encuentro mágico maravilloso que tuvo cuando tuvo un accidente en su avión en medio del Sahara. ¿Será verdad? ¿Será un sueño? Esta historia está contada para los que queremos que lo esencial es invisible a los ojos. El Principito. Capítulo 1.
Cuando yo tenía seis años, vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el bosque virgen que se llamaba Historias vividas. Representaba a una serpiente boa que se tragaba a una fiera.
Acá está la copia del dibujo. Es una serpiente que ha comido un elefante y su cuerpo está tan lleno que parece un sombrero. El libro decía, las serpientes boas tragan sus presas enteras sin masticarlas. Después no pueden moverse y duermen durante los seis meses de la disquestión. Reflexioné mucho entonces sobre las aventuras de la selva y a mi vez logré trazar con un lápiz de color mi primer dibujo, mi dibujo número uno.
Mostré mi obra maestra a las personas grandes y les pregunté si mi dibujo les asustaba. Me contestaron, ¿por qué habrá de asustar un sombrero? Mi dibujo no representaba un sombrero, representaba una serpiente boa que digería un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas grandes pudiesen comprender, porque siempre necesitan explicaciones.
Ese fue mi dibujo número dos. Las personas grandes me aconsejaron que dejara a un lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas y que me interesara un poco más en geografía, historia, matemática y lengua. Así fue como, a la edad de seis años, abandoné una magnífica carrera de pintor. Estaba desalentado por el fracaso de mi dibujo número uno y de mi dibujo número dos. Las personas grandes nunca comprenden nada por sí mismas y es cansador para los chicos tener que darles siempre y siempre explicaciones.
Debí entonces elegir otro oficio y aprendí a pilotar aviones. Volé un poco por todo el mundo. Es cierto que la geografía me sirvió de mucho. Al primer golpe de vista estaba en condiciones de distinguir China de Arizona. Es muy útil si uno llega a extraviarse durante la noche. Tuve así en el transcurso de mi vida muchísimas vinculaciones con muchísima gente seria. Viví mucho con personas grandes. Las vi muy de cerca. No mejoré excesivamente mi opinión. Cuando encontré alguna que me pareció un poco lúcida, hice la experiencia de mi dibujo número uno, que siempre conservé. Quería saber si era verdaderamente comprensiva.
Pero siempre me respondía, es un sombrero. Entonces no le hablaba ni de serpientes boas, ni de bosques vírgenes, ni de estrellas. Me colocaba a su alcance, me ponía a su altura.
Le hablaba de fútbol, de golf, de política, de corbatas. Y la persona grande se quedaba muy satisfecha de haber conocido a un hombre tan razonable.
CAPÍTULO 2 Viví así, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente, hasta que tuve un problema en el desierto de Sahara, hace seis años. Algo se había roto en mi motor. Y como no tenía conmigo ni mecánico ni pasajeros, me dispuse a realizar solo una reparación difícil.
Era para mí cuestión de vida o muerte. Tenía agua de beber apenas para ocho días. La primera noche dormí sobre la arena, a 1.600 kilómetros de toda tierra habitada. Estaba más aislado que un náufrago sobre una balsa en medio del océano. Imaginen entonces, mi sorpresa, cuando al romper el día, me despertó una extraña vocecita que decía, por favor, dibujame un cordero. ¿Eh? Dibujame un cordero.
Me puse de pie de un salto, como golpeado por un rayo. Me froté los ojos, miré bien y vi a un hombrecito enteramente extraordinario que me examinaba gravemente. Hice un dibujo del muchachito, pero seguramente mi dibujo es mucho menos encantador que el modelo. No es por mi culpa. Las personas grandes me desalentaron de mi carrera de pintor. Cuando tenía seis años y solo había aprendido
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