
El periodismo en España. Micrófonos al servicio del Poder. z2x6j
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El punto Ancap Señalar no es informar. Ese era el lema con el que hace unos días los periodistas parlamentarios se manifestaban en contra de Vito Quiles exigiendo medidas al Congreso. Decía Pachi López, portavoz del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados, que el Grupo Socialista estaba revisando el reglamento para que estos matones no tuvieran cabida en este tipo de ruedas de prensa. Este hecho ilustra perfectamente la hipocresía del periodismo español. Durante años ha señalado públicamente a figuras políticas incómodas, medios alternativos y ciudadanos comunes por expresar opiniones contrarias a la ideología dominante, y ahora que el foco está sobre ellos, utilizan términos como acoso o amenazas, evidenciando que para estos periodistas la libertad de prensa sólo es válida cuando son ellos quienes la ejercen, en connivencia con el poder político que los alimenta. En lugar de actuar como contrapoder, el periodismo en España es un altavoz propagandístico con carnet de prensa. La relación entre los medios de comunicación y el poder no es nueva. En España, la prensa ha estado históricamente vinculada al Estado y sus instituciones.
Durante la transición, los medios jugaron un papel fundamental en la construcción del relato democrático, un relato donde ciertas voces fueron ensalzadas y otras fueron borradas de la historia. Con el paso del tiempo, la prensa dejó de fiscalizar a los gobiernos y se convirtió en un engranaje más de la maquinaria estatal. Las subvenciones públicas a medios de comunicación no son otra cosa que un sistema de control encubierto de las ideas. Los periódicos, las cadenas de televisión y las radios que reciben dinero público no pueden permitirse ser demasiado críticos con quien les financia. A esto hay que sumarle la presencia de periodistas que han hecho carrera en medios de comunicación afines al poder, que luego han sido reciclados como asesores políticos o incluso han pasado directamente a ocupar cargos en partidos y gobiernos. Ejemplos claros de esto son Antonio García Ferreras y su cercanía al PSOE o Podemos, o Ana Pastor con su empresa Neutral que supuestamente lucha contra la desinformación mientras ha actuado durante años como censora oficial de cualquier discurso contrario a las políticas gubernamentales.
Pero claro, si hay estados de por medio, podemos esperar lo peor. El auge de las redes sociales ha supuesto un nuevo reto para el control de la información por parte del Estado. La aparición de medios alternativos y periodistas independientes ha permitido que emerjan relatos distintos oficiales. Y como no podía ser de otra forma, la reacción del establishment ha sido feroz, censura y persecución de aquellos que se salen del guión establecido. Señalamientos a periodistas como Vito Quiles por parte de figuras políticas como Pachi López vienen ya de una larga lista de señalamientos que hemos normalizado. Recordemos como Irene Montero y el Ministerio de Igualdad señalaban a ciudadanos particulares como Pablo Motos o el Chocas en una campaña del Ministerio de Igualdad. Los periodistas afines al gobierno, lejos de señalar y criticar esto, fueron incluso más allá. Se debatió en tertulias televisivas si había que fiscalizar o no ideas o opiniones peligrosas por parte de ciudadanos particulares, y no si se excedían los límites cuando un cargo público aprovechaba su influencia para atacar directamente a un civil.
Desde 2018, la prensa española ha participado activamente en la censura de cualquier opinión disidente al gobierno socialista. Se han utilizado términos como ultraderecha, negacionista o conspiranoico, y todo esto para desacreditar a voces críticas con el feminismo radical, la ideología de género o las políticas migratorias. Recordemos como durante la crisis de la COVID-19 los grandes medios de comunicación actuaron como voceros del gobierno, señalando como exagerados y magufos a las voces que avisaban de un peligro inminente, porque el gobierno nos contaba que todo estaba bajo control, que en España no habría más de uno o dos casos aislados. Semanas después, estos mismos medios justificaban confinamientos, medidas kazquianas y demonizaban a todo aquel que era crítico con la narrativa oficial. Los periodistas que hoy protestan contra el señalamiento deberían preguntarse por qué han perdido la confianza del público. No es casualidad que las audiencias de los medios tradicionales estén cayendo en picado, mientras que periodistas independientes...
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