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La Senda de las Plantas Perdidas
Perfumes radiantes para el Más allá: los alcanforeros {SPP 089}

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24/4/2025 · 48:22
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La Senda de las Plantas Perdidas

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Lee el podcast de Perfumes radiantes para el Más allá: los alcanforeros {SPP 089}

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Retiró la armadura y las vestiduras de su padre, Rostam, y limpió la sangre de su cuerpo y de su barba con cuidado. La compañía quemó ámbar gris y azafrán y con éste selló sus heridas. Faromars vertió agua de rosas sobre la frente de su padre y frotó su cuerpo con alcanfor. A continuación lo envolvieron en brocados y lo asperjaron con agua de rosas, almizcle y vino. Prepararon un magnífico ataúd de teca con incrustaciones de marfil y clavos de oro. Las juntas se sellaron con bitumen mezclado con almizcle y ámbar gris.

Muy buenas y muchas gracias por acompañarme en La Senda de las Plantas Perdidas, este podcast etnobotánico donde dar voz a nuestras historias de amor y de desamor también, con un reino tan olvidado como esencial, el reino vegetal.

Soy Aina Eserice, bióloga y escritora, y hoy le damos la bienvenida a una serie de plantas que tenía yo en la recámara desde hace años y que son menos conocidas de lo que deberían, al menos en mi opinión. Y aunque su relación con la muerte puede ilvanarse de distintos modos, y escucharás unos cuantos a continuación, el motivo principal de haberlas invitado a participar en esta temporada es porque ilustran un tipo de relación muy concreta que es, además, recurrente hasta decir basta.

De hecho, ya ha salido mencionada en multitud de ocasiones en este podcast. En episodios como el que dedicamos a las canelas, las pimientas, el coco, la almáciga o los copales, por mencionar unos cuantos, así a bote pronto. ¿Qué relación es esta? Muy fácil, el aroma. El uso de plantas aromáticas en ritos funerarios es, si no universal, sí muy frecuente a lo largo y ancho del planeta, y por eso necesitábamos a una digna representante de esta práctica etnobotánica en esta temporada.

O dignas representantes. Pero esto te lo cuento en breve.

Por eso, sin más dilación, demos la bienvenida a los alcanforeros.

De todas las muertes que un alcanforero puede procurar, quizás la más inesperada sea la decapitación. No directamente, claro está. Si así fuese, sería digno de verse. Pero, en el Japón de finales del siglo XVII, estos majestuosos árboles fueron, en última instancia, el motivo tras la ejecución, por decapitación, de varias personas que se vieron enredadas en el comercio ilegal de Alcanfor.

Así lo relata el médico y naturalista Engelbert Kempfer, quien pasó dos años afincado en Dejima, una isla artificial en la bahía de Nagasaki, donde las autoridades japonesas del momento confinaron a los únicos europeos con quienes consentían entablar tratos comerciales, los holandeses, y su compañía de las indecidentales.

Los detalles son los que siguen. El 21 de octubre de 1691, tres japoneses fueron detenidos por la compra-venta ilegal de Alcanfor. Dos de ellos fueron condenados a muerte, sentencia que se ejecutó el 10 de diciembre. El europeo implicado en el caso no fue ajusticiado, no podían, hubiese sido un problema diplomático gordo, pero sí se le ordenó abandonar el país y presentarse a las autoridades en Batavia, hoy Java, para ser juzgado por sus acciones.

Que lo hiciese o no, esto ya es un poco misterio. Kempfer no dice qué pasó con el Alcanfor responsable de todo el revuelo, pero imagino que fue requisado. No se trata este de un caso raro o aislado. Al cabo de unas semanas, el 28 de diciembre, se condenó a muerte y se ejecutó a otras 28 personas por contrabando, de las que 13 fueron crucificadas. A todas luces, ser contrabandista en el Japón de la época Edo era muy arriesgado. Con que, cabe suponer que era también lucrativo. Raro es que pongas tu vida en peligro por cuatro perras mal contadas.

Y entre los bienes que circulaban por estos canales ilícitos, cuyo descubrimiento significaba la muerte, estaba el Alcanfor. Esta sustancia, de color blanco y olor penetrante y muy característico, se obtenía en aquel momento a partir de la destilación de la madera de los alcanforeros locales, o kusunoki, que la botánica hoy conoce bajo el nombre de Canfora officinarum. Antes era Quindamomum canfora, pero la taxonomía nunca descansa.

De hecho, las primeras descripciones sistemáticas de esta especie para la ciencia occidental provienen de Japón, donde los holandeses tuvieron oportunidad de ver numerosos ejemplares, algunos de ellos realmente majestuosos, si nos atenemos a sus observaciones.

Este alcanforero es un árbol perennifolio de lustrosa

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