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La Senda de las Plantas Perdidas
La muerte fría, con filosofía: las cicutas {SPP 088}

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27/3/2025 · 45:13
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La Senda de las Plantas Perdidas

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Lee el podcast de La muerte fría, con filosofía: las cicutas {SPP 088}

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Frente a la casa de Heracles se halla el dios Dioniso, vestido con piel de león y maza, y su sirviente.

La extraña conversación entre el dios y el héroe se desarrolla así, Dioniso.

Escucha ahora la razón de haberme vestido como tú.

Es para que me digas, los huéspedes que te acogieron cuando fuiste a buscar al cancerbero, y también los puertos, panaderías, lupanares, posadas, fuentes, caminos, ciudades y las tabernas donde haya menos pulgas, Heracles.

Te atreverás a ir, temerario.

No hables ni una palabra en contra de mi proyecto, indícame solamente el camino más corto para ir al infierno.

¿Cuál camino te indicaré el primero? Ah, este.

Coges un banquillo y una soga y te cuelgas.

¿Otro? Ese es asfixiante.

Hay otro camino muy corto y muy trillado, el del mortero.

¿Te refieres a la cicuta? Precisamente.

Y muchas gracias por acompañarme en la senda de las plantas perdidas, este podcast tecnobotánico donde dar voz a nuestras historias de amor y de desamor también, con un reino tan olvidado como esencial, el reino vegetal.

Soy Aina Esenice, bióloga y escritora, y hoy por fin recibimos al que probablemente sea el más ilustre de los venenos que han deshilado por aquí, y a sus privas también más o menos cercanas, con quienes suele compartir nombre y algunos atributos.

Para mí esto es un poco como volver a mis orígenes, dado que uno de los primerísimos artículos que colgué en el blog Imaginando Vegetales allá en el lejano 2014 estaba dedicado precisamente a ella, y al caso de envenenamiento que la consagró en el podio de plantas tóxicas más famosas de la historia y, sin duda alguna, la más famosa de la filosofía.

Porque sí, en efecto, en el episodio de hoy damos la bienvenida a las cicutas.

Otros de su familia botánica, las apiáceas o umbelíferas, ya han desfilado por el podcast, como por ejemplo el anís o el hinojo, pero estos representan la cara amable, comestible, asabrosa, perfumada, inocua de esta familia vegetal.

Las invitadas de hoy, en cambio, son su cara más oscura.

Empecemos a sumergirnos en esa oscuridad viajando en el tiempo y en el espacio hasta una isla del Mediterráneo antiguo donde, según decían las malas lenguas, las pensiones jamás fueron un problema.

Y muchas cosas nos muestran que la forma de usar los remedios puede marcar diferencias significativas.

Así, la gente de Zeus antiguamente no utilizaba la cicuta de la forma apenas descrita, sino que sencillamente la troceaban como hacen otros.

Ahora, en cambio, nadie entre ellos pensaría en trocearla, sino que primero la pelan y retiran la parte exterior, que es la que crea las dificultades, pues no se asimila fácilmente.

Luego la machacan en un mortero y, tras pasarla por un sedazo fino, la espolvorean sobre agua y la beben.

Así se consigue una muerte rauda y fácil.

Así habla o escribe Esteofrasto de Ereso, el filósofo griego más vegetófilo que parió la helade, en su obra Perifiton Historia, que viene a ser Historia de las Plantas, escrita entre los siglos IV y III a.C.

Entre las muchísimas anécdotas que se cuelan entre sus páginas, una atañe a Zeus, una de las islas cícladas en el mar Egeo.

Esta pequeña ínsula, y digo pequeña porque de tamaño hablamos de una formentera y media, que no es gran cosa a nivel de tamaño, pues era famosa en el mundo antiguo por tener una relación, digamos, peculiar con la vejez.

Relación que convertía a Zeus en uno de esos lugares donde no irías a pasar tu jubilación exactamente.

Y aunque algunas fuentes afirman cosas un poco pasadas de Rosca, como que existía la obligación de ejecutar a los mayores de 60 años para que no faltasen las provisiones para el resto de la población, sí parece haber existido la tradición de que cuando una persona mayor decidía que prefería morir a seguir envejeciendo y perdiendo fuerzas y capacidades, ponía fin a su vida con la ayuda de veneno.

Veneno que podía ser opio o, más frecuentemente, cicuta, preparada en el modo que explica Teofrasto en el fragmento que has escuchado hace nada.

Machacada, entre comillas, machacada en mortero y pasada por cedazo para obtener un polvo fino que podía usarse como café soluble instantáneo, pero en versión letal.

El mundo grecorromano antiguo parece ser uno de los relativamente pocos lugares, al menos que yo haya encontrado, que ofrecían el veneno como método sancionado por el Estado para terminar vidas.

Y por algún motivo, de todas las sustancias venenosas que se tenían a disposición y que no eran.

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