Palabra: sustantivo singular 17f65

Agnes aprendió a leer por su cuenta, nunca pudo ir a la escuela, pero era una niña inteligente y por las noches, cuando caía agotada tras mil tareas en la granja, repetía los salmos que se sabía de memoria mientras iba siguiendo las líneas de su Biblia.

En poco tiempo descifró cada letra y encontró en las palabras un abrigo que la confortó.

Después llegó la escritura. Sus dedos eran ágiles e intuitivos, se decía que era la adolescente que mejor cosía en toda Heidelberg, la ciudad alemana donde creció. Así que nada estaba llenando diarios. Nunca se casó. Sus remiendos y bordados le aportaban más ingresos que los que conseguían sus hermanos en la granja, y buscó una casa en el centro para estar cerca de sus clientes. Su familia no aprobaba, en 1880 las mujeres en sus cabales no escogían vivir solas, pero Agnes ignoró sus críticas y se mudó.

Una noche, mientras dormía, oyó un ruido. Alguien había entrado en su casa. Se quedó en la cama, muerta de miedo, mientras escuchaba pasos y susurros que le parecieron familiares.

Al poco volvió a oír la puerta. Los intrusos se habían ido. A la mañana siguiente descubrió que le habían robado todo su dinero. Corrió hasta la granja acumulando rabia y sospechas con cada zancada, pero sus hermanos negaron tener nada que ver.

«Te lo habrás imaginado», le dijeron, «tú y tus locuras». Agnes amenazó con ir a la policía. Ellos, viendo que hablaba en serio, idearon un plan con la ayuda de su padre.

Comenzaron a ver al médico de la zona y lo convencieron de que su hermana había perdido la cabeza. «Tiene alucinaciones, ve cosas raras». El doctor la visitó unos minutos y enseguida dio su diagnóstico. Agnes Richter es una mujer paranoica.

Esa misma tarde, dos hombres se presentaron en su casa y se la llevaron. Era 1893, tenía 49 años, cuando la encerraron en un hospital psiquiátrico.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define así la palabra «alma», principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida. No puede decirse que la definición sea incorrecta, pero estarás de acuerdo conmigo en que esta otra es mucho mejor. «Alma», parte inmaterial del hombre con la que tiene conciencia de lo que le rodea y de sí mismo, y establece relaciones afectivas o intelectuales con el mundo material o inmaterial. Sinónimo de espíritu.

En esta segunda definición se llega al significado con sensibilidad y calidez. Casi puede notarse del mimo. Es el resultado de un estilo inconfundible, delicado y a la vez preciso, algo poético.

Es el estilo de María Moliner.

Soy Nuria Pérez y esto es Meraki, un podcast con alma.

Siete años después del ingreso de Acnes en el asilo, en 1900, nacía María Juana Moliner Ruiz, en Paniza, una localidad de Zaragoza. Cuando tenía dos años, la familia se mudó a Madrid. Su padre era médico y había encontrado trabajo en la capital. María, la mediana de tres hermanos, estudió en la Institución Libre de Enseñanza y posteriormente en el Instituto Cardenal Cisneros, donde tuvo un profesor, Américo Castro, que consiguió que se enamorara de la gramática.

Cuando María tenía 15 años, su padre aceptó un puesto como médico de la Marina y en uno de sus viajes decidió quedarse en Argentina y no volver. Su madre tuvo que regresar con sus niños a Zaragoza, donde tenía apoyo familiar, y María la ayudó a llegar a fin de mes, dando clases particulares de latín y de historia.

A los 17, entró a trabajar en el Estudio de Filología de Aragón, donde colaboró en la realización de un diccionario de aragonés. Compaginaba este trabajo con el estudio de la filosofía y la literatura.