
Descripción de El martillo pilón 686v3y
No te acerques demasiado al martillo pilón. Sujeta los lingotes con las tenazas más largas que encuentres. Son muchas las toneladas que pueden caerte encima y dejarte la cabeza convertida en un papel de fumar. Un guion de Juan Antonio de la Iglesia. 6m622
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Hora de abrir bien los ojos, de estar preparados, de no distraerse ni un instante, hora de oscuridad y de presagios.
Ha sonado la hora del escalofrío.
Nuestro señor muy amado, el escalofrío, nos envía su telegrama con el texto siguiente.
El martillo pilón es guión de Juan Antonio de la Iglesia.
Stop, desearía se ofreciera esta noche a nuestro club del susto.
Stop, comuníquenme el resultado.
Stop, gustaría hubiera desmayos entre los oyentes.
Stop.
¡Eh! ¡Gut! No te acerques demasiado al martillo pilón, sujeta los lingotes con las tenazas más largas que encuentres, son muchas las toneladas que pueden caerte encima y dejarte la cabeza convertida en un papel de fumar.
Tengo cuidado Nilsen, puedes estar seguro de que jamás me sucederá nada.
Nadie está libre de un accidente, Kurt.
Tu trabajo en la fragua es más peligroso, Steve, pero el mío se reduce a alimentar la furia machacadora de este monstruo, con no acercarme demasiado como dice nuestro capataz.
¿Acercarte a dónde, Kurt? ¿A la oficina del director? Calla, Malcom, vuelve a tu laminadora.
¿Y tú a qué vienes, Dussel? ¡Al a la fundición! También quería enterarme de lo que le decías a nuestro querido compañero Kurt.
Nilsen le advertía de que no se acercara demasiado al martillo pilón.
Pero donde Kurt se arrima es, ya lo sabéis vosotros, a la oficina del director, ¡pa' chivarse! Eso no es cierto, Malcom, yo no le he dicho nada.
¿No? ¡Ja! Entonces, ¿por qué en el sobre de esta semana los que estamos aquí no hemos cobrado los 300 coronas de prima que han pagado a todo el personal de la fábrica? Por lo visto, nosotros cuatro somos los únicos que no nos hemos merecido el plus del aniversario.
¿Vosotros cuatro? ¡El capataz Nilsen, Steve, Dussel y yo! Tampoco yo lo he cobrado, Malcom.
Sí, te habrán untado bien en la oficina por delatar a tus compañeros del turno de noche.
¿Delataros? No sé de qué.
Se refiere, Dussel, a aquella huelga de brazos caídos que planeamos aquella noche si no nos concedían el aumento que habíamos solicitado.
¿Una huelga? Bueno, una semana de trabajo más descansado, no a pleno rendimiento.
Quedamos en comunicárselo a los demás compañeros sin meter en danza al sindicato para no armar jaleo.
¿No te acuerdas? Tienes muy mala memoria.
Bueno, sí, pero no acordamos nada definitivo.
Porque el director se hizo cargo y concedió el aumento espontáneamente.
¿Espontáneamente o porque alguien le fue con el cuento? Ya ha tomado buena nota de los cuatro descontentos y les ha negado el regalito de las trescientas coronas con que obsequia la empresa Westerwick de acero a todos sus empleados en el aniversario de su fundación.
Y si esos cuatro descontentos ya estamos fichados, podemos ir pensando en levantar el vuelo.
Porque en la Westerwick no haremos carrera.
Cuatro dices, Nilsen.
Somos cinco.
Los soplones no cuentan.
Esos hacen carrera en todas partes.
Menos aquí, que pueden cogerse los dedos.
O la cabeza debajo de cualquier herramienta demasiado pesada.
Como esa.
¡No seas bestia, Dussel! ¡Vuelve a la fundición!
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