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La Tierra de Nod
El ladrón de cadáveres (Robert Louis Stevenson)

El ladrón de cadáveres (Robert Louis Stevenson) d6v35

1/4/2025 · 55:42
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La Tierra de Nod

Descripción de El ladrón de cadáveres (Robert Louis Stevenson) 1w5g65

"El ladrón de cadáveres" (The Body Snatcher) es un relato de terror del escritor escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894), publicado en la edición de diciembre de 1884 de la revista Pall Mall. "El ladrón de cadáveres" uno de los mejores cuentos de Robert Louis Stevenson, está basado en un caso real que estremeció a la opinión pública escocesa, el cual involucró a un prestigioso cirujano, sus estudiantes, y oscuras maniobras delictivas para comprar cadáveres a un grupo de asesinos. La historia sigue a Fettes, un estudiante de medicina que trabaja en la morgue de un hospital. Junto con su colega, el Dr. Macfarlane, se dedica a robar cadáveres para la investigación médica. Sin embargo, la situación se torna siniestra cuando empiezan a recibir cuerpos de personas que parecen haber sido asesinadas. El relato explora temas como la moralidad, la corrupción y el miedo, creando una atmósfera oscura y perturbadora. La tensión aumenta a medida que los personajes se enfrentan a las consecuencias de sus acciones, culminando en un final inquietante. Esperamos les guste este relato, y recomendamos escucharlo con auriculares para una experiencia más inmersiva. Darle a "me gusta" o "suscribirse" siempre nos hace felices. 2se4d

Lee el podcast de El ladrón de cadáveres (Robert Louis Stevenson)

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Durante las noches nos sentábamos los cuatro en el reservado de la Posada George en Devenham.

El empresario fúnebre, el dueño, Fetch y yo.

A veces había más gente.

Pero tanto si hacía viento como si no, si llovía, nevaba o helaba, los cuatro nos instalábamos en nuestros respectivos sillones.

Fetch era un viejo escocés dado la bebida, culto sin duda, y también acomodade, porque vivía sin hacer nada.

Había llegado a Devenham años atrás y se había convertido en hijo adoptivo del pueblo.

Su capa azul era una antigüedad, igual que la torre de la iglesia.

Su sitio fijo en el reservado de la Posada, su conspicua ausencia de la iglesia y sus vicios vergonzosos eran cosas sabidas en Devenham.

Tenía opiniones vagamente radicales y un cierto escepticismo religioso que se acababa de relucir periódicamente, dando énfasis con imprecisos manotazos sobre la mesa.

Bebía ron, cinco vasos todas las veladas, y durante la mayor parte de su visita a la Posada permanecía en un estado de melancólico estupor alcohólico, siempre con el vaso de ron en la mano derecha.

Le llamábamos el doctor, porque se le atribuían ciertos conocimientos de medicina y en casos de emergencia había sido capaz de entablillar una fractura o reducir una luxación, pero al margen de estos pocos detalles, carecíamos de información sobre su personalidad y antecedentes.

Una oscura noche de invierno, alrededor de las nueve, fuimos informados de que un gran terrateniente de los alrededores se había enfermado en la Posada, atacado de apoplejía cuando iba hacia Londres y el Parlamento, y por telégrafo se había solicitado la presencia, a la cabecera del gran hombre, de su médico de la capital, personaje todavía más famoso.

Era la primera vez que pasaba una cosa así en Debenham, hacía muy poco tiempo que se había inaugurado el ferrocarril, y todos estábamos convenientemente impresionados.

—¡Ya ha llegado! —dijo el dueño después de encender la pila.

—¿Quién? —dije yo.

—¿El médico? —Precisamente.

—¿Cómo se llama? —Doctor McFarlane —dijo el dueño.

Fetch terminaba su tercer vaso, sumido ya en la borrachera, unas veces asintiendo con la cabeza, otras con la mirada perdida en el vacío, pero con el sonido de las últimas palabras pareció despertarse y repitió dos veces el apellido McFarlane, la primera con entonación tranquila, pero con repentina emoción la segunda.

—Sí —dijo el dueño.

—Así se llama, Doctor Wolf McFarlane.

Fetch se serreno, sus ojos aclararon, su voz se hizo firme y sus palabras más vigorosas.

Todos nos quedamos sorprendidos ante aquella transformación, era como si un hombre hubiera resucitado de entre los muertos.

—Le ruego que me disculpen, mucho me temo que no prestaba atención a sus palabras.

¿Quién es ese tal Wolf McFarlane? —Le añadió, después de oír las explicaciones del dueño.

—No puede ser.

—Claro que no.

—Y, sin embargo, me gustaría ver a ese hombre cara a cara.

—¿Lo conoce usted, Doctor? —preguntó el empresario de pompas fúnebres.

—Dios no lo permita.

—Sin embargo, el nombre no es de nada corriente, sería demasiado imaginar que hubiera dos.

—Dígame, posadero, ¿se trata de un hombre viejo? —No es un hombre joven, tiene el pelo blanco, pero sí parece más joven que usted.

—Es mayor que yo, varios años mayor, pero...

—¿Dando un manotazo sobre la mesa? —Es el ron lo que ve usted en mi cara, el ron y mis pecados.

Este hombre quizá tenga una conciencia más fácil de contentar y haga bien las digestiones.

—¿Conciencia? ¿De qué cosas me atrevo a hablar? Imaginarán ustedes que si...

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