
"La Sombra sobre Innsmouth", de H.P. Lovecraft. Capítulo II 1b2067
Descripción de "La Sombra sobre Innsmouth", de H.P. Lovecraft. Capítulo II 5u2j5g
Esta noche tenemos el privilegio de estrenar la segunda parte de "La Sombra sobre Innsmouth", del escritor norteamericano H.P. Lovecraft. Queremos agradecer a las artes de Javier Prado (portada e ilustraciones interiores) Fran Fernández y Alva Aur , a las alquimias sonoras de Mario Cibreiro, a la maravillosa introducción y traducción de Javier Jiménez Barco, a Críptica Editorial y Costas de Carcosa. A Regino García, Jesús García y Miguel Garrido de Vega por creer siempre en esta locura que es Noviembre Nocturno Todavía podéis haceros con este grimorio en La boutique de Zothique !! Y Gracias a todos nuestros mecenas por hacerlo posible! ^(;,,;)^ https://boutiquedezothique.es/ Sigan al maestro Javier Prado en su canal de Telegram: t.me/JaviertPrado "Flotar en una masa de agua ilimitada y sin tierra alguna a la vista, resulta un estímulo tremendamente poderoso para la imaginación. El horizonte, uniformemente blanco, alimenta toda clase de especulaciones sobre lo que pueda haber más allá, como si las sensaciones de Odiseo, Colón, Madoc, Arthur Gordon Pym, el Viejo Marinero y el resto de los navegantes históricos y legendarios, se confundieran en una sola, más aguda, de vívida expectación ¿Quién sabe qué extraño y opulento muelle de Lemuria, Saturno o Sfanomoë, o qué templo emergido y aún cubierto de algas, puede uno vislumbrar de repente?" H. P. Lovecraft Carta a Clark Ashton Smith del 24 de noviembre de 1930 "A comienzos de los años 30, Lovecraft comenzó a trabajar en la Sombra sobre innsmouth, aunque la ciudad de Innsmouth ya había aparecido mencionada de pasada al final del cuento Celephaïs, pero el autor la desarrolló en profundidad basándose en sus impresiones personales de la ciudad costera de Newburyport, en Massachusetts, que había visitado en 1923 y a la que volvió durante el otoño de 1931, mientras preparaba La Sombra sobre Innsmouth. De hecho, él mismo itiría después que Innsmouth no era sino «una visión considerablemente retorcida de Newburyport" Javier Jiménez Barco ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/11421 2f359
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La sombra sobre Innsmouth. Segunda parte. A la mañana siguiente, poco antes de las diez de la mañana, me encontraba con mi pequeña maleta frente a la farmacia de Hammond en Old Market Square, esperando el autobús de Innsmouth. Según se fue acercando la hora de su llegada, me fijé en que los paseantes rehuían la parada.
El empleado de la estación no había exagerado el desagrado que sentían en la localidad hacia los habitantes de Innsmouth. Al poco tiempo, un autocar bastante decrépito, pintado de color gris, apareció renqueante por State Street.
Dio la vuelta y frenó junto a mí. Enseguida me di cuenta de que era el que esperaba. Por encima del parabrisa se adivinaba el casi ilegible cartel.
Arkham, Innsmouth y Newburyport. Sólo viajaban tres pasajeros, tres hombres más bien jóvenes, morenos, desaliñados y de semblante osco. Cuando el vehículo se detuvo, bajaron los tres y, con paso torpe, echaron a andar arrastrando los pies en silencio por State Street, casi de manera furtiva.
El conductor se apeó también y le vi desaparecer en el interior de la farmacia para hacer alguna compra. Reflexioné que aquel debía de ser el Joe Sargent del cual me había hablado el vendedor de billetes y antes incluso de reparar en ningún detalle sentí que me embargaba como una oleada de instintiva aversión tan incontenible como inexplicable.
De repente me pareció muy natural que la gente de la localidad no deseara subir a semejante autobús conducido por ese hombre ni visitar la población donde vivían ese sujeto y sus parientes. Cuando el conductor salió le miré con mayor atención y traté de determinar el motivo de la nefasta impresión. Era un hombre delgado, de hombros caídos y algo menos de un metro ochenta de estatura, vestido con un traje azul raído y una gorra de golf deshilachada.
Debía de tener unos 30 o 35 años, aunque las dos extravagantes profundas arrugas que le surcaban el cuello a ambos lados le hacían parecer más viejo, si no se fijaba uno en su rostro apagado y carente de expresión. Tenía la cabeza estrecha, ojos altones de color azul acuoso que parecían no pestañear jamás y una nariz aplastada, la barbilla y la frente remetidas hacia adentro y unas orejas singularmente poco desarrolladas.
Los labios gruesos y las mejillas grisáceas y porosas se veían prácticamente imberbes, a excepción de unos pocos y dispersos pelos rubios que se rizaban y repartían en mechones irregulares y en determinados lugares la piel parecía extrañamente irregular, como si se estuviera pelando por alguna enfermedad cutánea.
Sus manos eran enormes, surcadas de venas y de un tono gris azulado de lo más inusual. Tenía los dedos sorprendentemente cortos y desproporcionados, como encogidos hacia el interior de sus tremendas palmas. Mientras caminaba hacia el autobús observé su forma de andar peculiar y bamboleante y me fijé en que sus pies eran igualmente desmesurados.
Cuanto más los estudiaba, más me asombraba que pudiera encontrar zapatos de su talla. Una especie de grasa sucia le cubría la piel, lo cual incrementó mi desagrado. Sin duda trabajaba o araganeaba por los muelles pesqueros, pues llevaba consigo parte de ese dor característico. Era imposible averiguar qué mezcla de sangre extranjera podía discurrir por sus venas.
Sus peculiaridades no parecían asiáticas, polinesias, levantinas o negroides, pero pude entender por qué le parecía extranjero a la gente. Yo mismo habría pensado en degeneración biológica en lugar de algún tipo de característica racial. No me agradó darme cuenta de que no había ningún otro pasajero en el autobús. De algún modo,
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