
La espiritualidad moderna, la reina del caos 4ll2o
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¿Dónde se esconde tu alma cuando el mundo no para? No es una pregunta retórica, ni una invitación a filosofar desde el sofá. Es una sacudida suave pero firme, como quien toca en la puerta de una casa que hace tiempo no se habita. Porque, dime, ¿cuántas veces al día te escuchas? No tus pensamientos, no tus miedos disfrazados de lógica, ni las voces que vienen de fuera con forma de consejos o exigencias. No. ¿Cuántas veces te escuchas de verdad, desde dentro, donde no hay prisa, ni juicio, ni nombre siquiera? 4f591s
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¿Dónde se esconde tu alma cuando el mundo no para? No es una pregunta retórica, ni una invitación a filosofar desde el sofá.
Es una sacudida suave pero firme, como quien toca en la puerta de una casa que hace tiempo no se habita.
Porque, dime, ¿cuántas veces al día te escuchas? No tus pensamientos, no tus miedos, disfrazados éstos de lógica, ni las voces que vienen de fuera con forma de consejos o exigencias, no.
¿Cuántas veces te escuchas de verdad, desde dentro, donde no hay prisa, ni juicio, ni nombre siquiera? Vivimos sumergidos en una corriente constante de hacer, responder, producir, avanzar.
Las horas pasan llenas de tareas, las manos llenas de objetos, los oídos llenos de notificaciones.
La mirada fija en pantallas que cambian más rápido que nuestras emociones.
Y, sin embargo, en medio de todo ese movimiento hay algo que no se mueve, algo que espera, algo que respira más lento que el tiempo y más profundo que el pensamiento, algo que es tuyo y no se compra, no se exhibe, no se mide.
Llámalo alma, conciencia, esencia, el nombre da igual si el pulso es el mismo.
Pero ese algo, ese centro silencioso no grita, y por eso a veces parece que no está.
Y entonces lo buscamos fuera, en la siguiente experiencia intensa, en el siguiente curso, en el siguiente libro, en la siguiente persona.
Como si el alma pudiera encontrarse en un escaparate o descargarse en una app de meditación.
Como si bastara con hacer yoga 20 minutos para calmar un vacío que lleva años sin ser mirado.
No se trata de culparnos, ni de burlarnos de esos intentos.
Se trata de ver, de reconocer, de aceptar con humildad que algo se ha perdido en el camino.
Y no porque seamos frágiles, sino porque somos humanos.
Porque todos, de una forma u otra, estamos heridos por una época que ha puesto la velocidad por encima del sentido, la imagen por encima de la vivencia, el éxito por encima del ser.
Y en ese torbellino que parece no detenerse nunca, buscar lo trascendental se vuelve no sólo un anhelo, sino una urgencia silenciosa, una necesidad vital que pocos saben nombrar, pero muchos sienten como una incomodidad constante, una nostalgia sin origen claro, una tristeza que no se cura con pastillas ni vacaciones.
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