Dracula Dossier 35 - Un paseo por el Támesis 191773

Las ruedas chillan mientras la furgoneta sale disparada alejándose de una zona de Londres en la que se va a congregar en cuestión de segundos o minutos la policía, los bomberos, ambulancias y seguramente toda clase de agencias gubernamentales preocupadas por lo que acaba de suceder. Una gran explosión en el subsuelo, una gran explosión en el subsuelo, un edificio con una enorme alerta de incendios y un montón de gente desperdigada por la calle.

Pero lo que dejamos atrás, que es esa zona de carfas del INH en Pleistow, atrás se queda. Y lo que nos interesa es lo que está pasando en esa furgoneta blanca camuflada como una empresa de control de plagas en la que van seis personas. Al volante va Rebecca Jones, a su lado Léa Rosenberg y en la parte de atrás Marcus Taylor, Milo Moreno y dos mujeres que acaban de entrar en este universo, en nuestro pequeño universo de agentes de aquel ensiguar y alguien que se hace llamar Mina. Yo voy a imaginarme la furgoneta desde fuera y lo que veo es a Léa, creo, intentando explicar muy rápidamente cosas a Rebecca y mirando hacia atrás también para explicárselas a Marcus y a Milo.

Y veo tensión en el interior de la furgoneta. Os voy a invitar a que os situéis y me digáis qué está pasando. Vamos a ayudarnos a ver mejor la escena.

Yo entro un poco, estoy un poco como loco, muy nervioso y ya no sólo por los pasajeros sino por todo lo que hemos pasado hace unos minutos. Me miro la herida que tengo en la pierna y busco en el macuto que tenemos de primeros auxilios, digamos, una bolsa, un macuto negro donde tenemos estas cosas, buscando los gránulos hemostáticos para echármelo encima de la herida y empezar una cura rápida.

No paro de maldecir y propinar insultos hacia nadie, sino simplemente por la situación que me supera, más ahora si cabe. Intento ponerme en un rincón entre todos los cables que hay en el interior, mientras la furgoneta va pegando saltos y siento esa velocidad a la que ha arrancado.

Y pego un frenazo porque hay un semáforo en rojo.

Casi trabo el freno porque voy más pendiente de ver si nos siguen o no nos siguen, de ver lo que está pasando por el profesor de dentro, de interior, de lo que pasa detrás de la furgoneta.

Y no paro de mover las manos cuando el semáforo se pone en rojo.

¡Mierda, joder! Y miro otra vez retrovisores que no nos siga nadie.

¡Mierda, joder! Os he dicho que si salíamos, salíamos. Tenéis poco tiempo.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué, joder? El frenazo hace también que las dos jóvenes, la mujer que lleva ese traje de chaqueta y la que lleva una simple bata de hospital, casi se caigan, a pesar de que van sentadas en la parte de atrás. Y podéis ver cómo una de las vías que conectan con el bote de suero casi se sale, arrancada por el tirón. Rápidamente la doctora Seward la coloca en su sitio.

¿Veis cómo la joven que la acompaña frunce el ceño durante un segundo y luego vuelve a cerrar los ojos? En ese frenazo el que está a punto de caerse también es Milo porque estoy de pie en la parte trasera de la furgoneta.

Estoy de pie dándole de golpes con los dedos a un teclado que está puesto en un soporte en la pared interna de la furgoneta. Y hay una pantalla puesta también en la que aparecen sólo códigos y letras, ceros y unos, y estoy tecleando. Milo ha colapsado. Es incapaz de entender que ha estado delante de un ser como yo.