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Descripción de El Diario Maldito del Mary Celeste 12yi
En este escalofriante episodio de Terror junto a la Hoguera, nos sumergimos en uno de los misterios náuticos más inquietantes de la historia: el Mary Celeste. A través de los ojos de Adrián Vega, un cazatesoros contemporáneo, descubrimos un antiguo diario perdido en los confines del barco abandonado. Cada página revela los horrores que vivió la tripulación durante sus últimos días: visiones espectrales, desapariciones inexplicables y un mal antiguo que acecha desde las profundidades de la bodega. Prepárate para un relato inmersivo y estremecedor, acompañado del crujir de las maderas, el vaivén del mar y los susurros de lo que no debería existir. Apaga las luces, acércate al fuego… y escucha. 336n5j
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Bienvenido. Te acercaste al fuego buscando calor, pero lo que encontraste fue algo muy distinto.
Las historias que escucharás se envolverán en un manto de misterio, miedo y oscuridad.
¡Apaga las luces! Deja que el crepitar de la hoguera sea tu compañía.
¡Esto es terror junto a la hoguera! ¿Estás listo para quedarte hasta el final? El diario de Mary Celeste. La luna alumbra con pálido resplandor la cubierta corroída del Mary Celeste.
El cazatesoros Adrián Vega. Equipaje al hombro y linterna en mano, avanza con paso cauteloso por la plancha cubierta de algas.
Cada tabla cruje bajo sus botas, recordándole las leyendas que rondan este navío.
Desierto. Abandonada su suerte frente a las Islas Azores hace más de un siglo y medio.
Entre la bruma y el olor a sal, Adrián descubre la puerta del camarote de proa medio abierta.
El aire húmedo sale en nubes que se esfuman en la noche. Su pulso se acelera.
Si hay algo de valor en este barco, está oculto en su interior. Con un giro lento empuja la puerta.
Sus ojos propiezan con un objeto polvoriento que está situado sobre el escritorio.
Un cuaderno forrado en cuero, atado con una correa de cuero agritada.
Tras deslizar la correa, Adrián sopla la superficie gastada, dejando al descubierto la inscripción.
Diario de John Matthews, segundo oficial de Mary Celeste. Respira hondo.
Sabe que no busca oro ni joyas, sino algo aún más valioso. La verdad.
Con cuidado, alza el periódico. Voy a su linterna para leer la primera página.
Entrada 1. 5 de diciembre de 1872.
Hoy zarpamos de Nueva York con el cargamento de alcohol rumbo a Genova.
El aire fresco nos llenaba el ánimo. La tripulación. Diez hombres incluidos y el capitán Briggs y su pequeña familia.
Parecía de buen humor. Las olas eran suaves. El viento, favorable.
Anoté en la bitácora que no había nada fuera de lo común, aún así.
Justo antes de cenar, noté un extraño fulgor en el horizonte, como un faro que parpadeaba la niebla.
¡Oh, Sullivan! Lo vio también. Pero al girarlo, la luz desapareció. Nadie habló.
Y proseguimos la velada, como si nada.
Entrada 2. 6 de diciembre de 1872.
La niebla cayó a primera hora. El barco avanzaba con dificultad. El capitán ordenó reducir velas.
A media mañana, el aroma del alcohol se volvió agrio. Casi nauseabundo.
López, el segundo marinero, toseó con violencia. Supuse que el cambio de aire le había sentado mal.
Por la noche, escuché un crujir de la madera en el casco. Más agudo de lo normal.
Algo en silencio del mar me hizo estremecer. Anoté mis sospechas. Quizás sea el peso de las barricas.
Pero hay algo enterrado en este silencio que me asusta más.
Entrada 3. 7 de diciembre de 1872.
López está peor. Fiebre alta. Y delirios.
Lo encerramos en el camanote de prueba, pese a sus gritos.
Al atardecer, mientras revisaba las velas, vi tras la niebla una figura doblada.
Aferrada al mascarón de prueba. Creí que era López.
Pero al acercarme, no había nadie. Solo gotas de agua recorriendo la madera.
Mi corazón latía con tal fuerza que temí desvanecerme.
Imaginación. Lo contaré mañana al capitán. Aunque probablemente me tomé por exagerado.
Entrada 4. 8 de diciembre de 1872.
López murió al alba. El capitán ordenó un funeral sencillo.
Tres descargas al mar y lo arrojaron sin ataúd.
Nadie se acercó a su cadáver. El olor era putrefacto.
Más allá de lo natural. Desde entonces, el aire en el barco pesa.
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