De Jennifer Aniston y las Neuronas 82p68

En este episodio, tercero ya de la cuarta temporada, buscaremos dónde se alojan los recuerdos.

Hablaremos de cómo la memoria es, más que un archivo, una red de ideas donde cada nodo está lleno de emociones, asociaciones y contexto.

Por supuesto, hablaremos de Jennifer Aniston, pero advertencia, esto no es una historia de farándula, es más bien un episodio en el que abordaremos uno de los hallazgos más sorprendentes de la neurociencia moderna, la existencia de neuronas que parecen reconocer conceptos específicos.

Quédese hasta el final, que en el relato de hoy, seremos testigos de una entrevista en la que una brillante científica nos sugiere que existe una correspondencia entre el cosmos y el cerebro humano.

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Gracias de antemano por hacer posible el milagro de la multiplicación de la naranja.

Y ahora sí, bienvenidos a de naranjas y paradojas, yo soy Cristian Vázquez.

Borges utilizaba con maestría la enumeración para describir los rasgos esenciales de un personaje e introducir de lleno al lector en la trama de un cuento.

Funes el Memorioso comienza así.

Lo recuerdo. Yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado. Solo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto.

Lo recuerdo con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche toda una vida entera.

Lo recuerdo, la cara taciturna e aindiada y singularmente remota detrás del cigarrillo.

Recuerdo, creo, sus manos afiladas de trenzador.

Recuerdo cerca de esas manos un mate con las armas de la banda oriental.

Recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla con un vago paisaje lacustre.

Recuerdo claramente su voz, la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de la hora.

Y, el lacedor, comienza así.

Nunca se había demorado en los goces de la memoria. Las impresiones resbalaban por él, momentáneas y vívidas.

El vermellón de un alfarero, la bóveda cargada de estrellas que también eran dioses, la luna, de la que había caído un león, la lisura del mármol bajo las lentas yemas sensibles, el calor de la carne de jabalí que le gustaba desgarrar con dentelladas blancas y bruscas, una palabra fenicia, la sombra negra que una lanza proyecta sobre la arena amarilla, la cercanía del mar o de las mujeres, el pesado vino cuya aspereza mitigaba la miel, podían abarcar por entero el ámbito de su alma.

Estas recopilaciones de recuerdos definen en unas pocas líneas a dos personajes totalmente distintos, Funes, el peón de Fraiventos, y el homero de la antigua Grecia en El Lacedor.

Somos nuestros recuerdos, dice el vulgo, en realidad mucho más que eso, acotaría el científico, resaltando el valor de los instintos, la imaginación y las emociones.

Pero más allá de esos tecnicismos, nadie duda de la importancia de los recuerdos a la hora de forjar nuestro yo, la conciencia de nosotros mismos.

¿Dónde estarán almacenados estos recuerdos? ¿Habrá un área específica del cerebro que guarde aquello que me hace ser quien soy, eso que me distingue de Funes o de Homero? La pregunta de si existe o no una localización de la memoria, y en general de las distintas funciones cerebrales, ha fascinado durante siglos a generaciones de pensadores.

Tiene su origen los antiguos filósofos griegos y su búsqueda de la psique o el alma humana, tomando la palabra alma desprovista de un sentido religioso.

Aristóteles creía que el origen de la psique estaba en el corazón.

A pesar del anacrónico que resulta el pensar que la psique puede originarse en el corazón, casi como discutir si la tierra es plana, sería injusto menospreciar los argumentos de Aristóteles.