Creencias del cristianismo primitivo sobre el juicio final y el mundo futuro 6l3b22

Para un catedrático de universidad que está acostumbrado a hablar de temas que pertenecen al máster, a cuarto y quinto de carrera, que tiene normalmente cuatro, cinco, diez o doce alumnos por aula, el encontrarse aquí con este público es verdaderamente una bendición. Así que muchísimas gracias. Y en segundo lugar quiero agradecer muy cordialmente a Rafa Campillo el que me haya dado la oportunidad de estar aquí porque os digo sincerísimamente que estoy aprendiendo muchísimo. Ni uno solo de los ponentes que han hablado delante de mí ha dejado de merecer mi más profundo respeto porque he aprendido un montón. Luego se añade a que este congreso en contra de otros es un congreso totalmente altruista.

Que todos los que estamos aquí hemos renunciado a nuestro posible caché y que estamos absolutamente contentos de estar aquí por amor a lo que decimos y por amor a las consecuencias que van a salir de este congreso, no solamente para beneficio de lo que nosotros podamos aprender, sino también pues para beneficio de aquellas personas que van a recibir lo que de aquí se obtenga. Así que Rafa no sé dónde está.

Muchísimas gracias por haberme invitado aquí. Ya sabes que estoy muy contento. Bueno y ahora directo. El tema propuesto, el juicio final y el mundo futuro según el cristianismo primitivo, es un tema fundamentalmente histórico de análisis de texto. Evidentemente pertenece al Nuevo Testamento y por lo tanto para la inmensa mayoría de los cristianos, que no sean sólo culturales sino cristianos de fe, son textos inspirados.

Sin embargo el punto de vista de esta conferencia, muy respetuoso, es, como se suele hacer en la universidad, ver estos textos desde el punto de vista histórico crítico. Es decir, nosotros aplicamos al análisis de estos textos cualquier herramienta filológica e histórica que nosotros tenemos, ¿cómo se la aplicamos? A Tito Livio, a Tucídides, a Heródoto, a Homero o a cualquier otro.

De tal manera que nuestro interés es ver qué es la impresión que un lector de estos textos del siglo primero pudo haber tenido leyéndolos. Es decir, que no nos ponemos a juzgar los textos. Tampoco yo, que no soy teólogo, me pongo, digamos, a istrar la posible ética de los textos para aplicármela a mí, que sí que puedo en privado, pero que yo no lo hago en público.

Me alegro mucho de lo que se dijo en la conferencia anterior a propósito del escepticismo. Yo me he declarado aquí en público bastante escéptico, filólogo, racionalista, pero he empleado muchas páginas en una obra mía que ya se agotó pero que va a ser reeditada dentro de unos meses, que se llama Jesús y las Mujeres.

He dedicado dos o tres páginas, quizás más, para decir que más que escepticismo, lo que hay que hablar en historia antigua, y al fin y al cabo lo que vamos a decir es historia de las ideas, historia antigua, lo que hay que hablar es de sano relativismo. No existe una verdad histórica absoluta, sino que la verdad es el consenso, el consenso entre los historiadores, pero si aparece algún documento o un punto de vista nuevo e interesante, cambiamos, si somos honestos, nuestro punto de vista anterior y lo sustituimos por otro paradigma.

En ese caso yo podría decir, si alguien dice alguna propuesta de tipo religioso, pero que es en el fondo una propuesta de historia antigua, una propuesta absolutamente dogmática, lo más que se le puede decir es, mire usted, esa propuesta que usted dice no lo puede decir tan dogmáticamente porque va en contra de lo que opina el sentir medio de los historiadores de hoy, que se refleja en la bibliografía, en la literatura secundaria actual. Es decir, que estamos aquí desde un punto de vista que yo pienso dar según el sentido de la historia antigua hoy, pero que puede cambiar.

Yo quiero decir que cuando todos