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Brigada de incendios - Connie Willis (Audio-relato)

Brigada de incendios - Connie Willis (Audio-relato) 573k56

18/5/2025 · 01:21:29
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"Fire Watch", relato de ciencia ficción de la escritora Connie Willis, publicado en 1982. El relato cuenta el viaje de un historiador al pasado para evitar que la catedral de St. Paul arda durante los bombardeos alemanes sobre Londres. Durante su estancia en el pasado el historiador aprenderá a conocerse a si mismo y a entender su labor como historiador. 6n330

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Brigada de Incendios.

Connie Willis.

La historia ha conquistado al tiempo, hazaña que hasta ahora sólo había logrado la eternidad.

Sir Walter Raleigh.

20 de septiembre, por supuesto, fui directamente a mirar la lápida conmemorativa de la Brigada de Incendios.

Y por supuesto, todavía no estaba.

No la inauguraron hasta 1951, con un discurso del reverendísimo Deann Walter Matthews, y estamos todavía en 1940.

Ya lo sabía.

Justo ayer fui a ver la piedra de la Brigada de Incendios, guiándome por alguna idea errónea de que ver la escena del crimen me ayudaría de alguna forma.

No fue así.

Lo único que podría haberme ayudado hubiese sido un curso acelerado sobre Londres durante el Blitz y un poco más de tiempo.

No había tenido ninguna de las dos cosas.

Viajar en el tiempo no es como ir en metro, señor Bartolomew.

Había dicho el estimado Dunworthy, parpadeando tras sus gafas anticuadas.

O pasa por el 20 o no sigue.

Pero no estoy preparado, había dicho yo.

Mire, llevo cuatro años preparándome para viajar con San Pablo.

San Pablo.

No a la Catedral de San Pablo.

No pueden pretender que en dos días me prepare para el Blitz londinense.

Sí, dijo.

Podemos.

Punto final.

Dos días.

Le grité a mi compañera de cuarto Kybrin.

Solo porque un ordenador se equivoca de nombre.

Y el estimado Dunworthy ni siquiera se altera.

El viaje en el tiempo no es como coger el metro, joven, dice.

Le sugiero que se prepare.

Parte pasado mañana.

Es un completo incompetente.

No, dijo ella.

No lo es.

Es el mejor.

Escribió el libro sobre la Catedral de San Pablo.

Quizá deberías prestar más atención a lo que dice.

Había esperado que Kybrin me comprendiese un poco.

Prácticamente se había puesto histérica cuando le cambiaron el práctico de la Inglaterra del siglo XV a la del siglo XIV.

Y en cualquier caso, ¿cómo se podía considerar práctico cualquiera de los dos siglos? Incluso teniendo en cuenta las enfermedades infecciosas, el XIV no podía pasar de V.

El Blitz es un VIII, y la Catedral de San Pablo en sí es, con mi suerte, un X.

¿Crees que debería volver a hablar con Dunworthy? Dije.

Sí.

¿Y luego qué? Me quedan dos días.

No conozco el dinero, ni el idioma, ni la historia.

Nada.

Es un buen hombre, dijo Kybrin.

Creo que es mejor que le prestes atención mientras puedas.

La buena de Kybrin.

Siempre el oído comprensivo.

El buen hombre era responsable de que estuviese de pie tras las puertas abiertas del lado oeste, boquiabierto como el chico de campo que se suponía que era, buscando una piedra que no estaba.

Gracias al buen hombre estaba tan poco preparado para mi práctico como era posible estarlo.

Sólo veía un metro o así del interior del templo.

Sólo podía ver una vela reluciendo débilmente en la distancia y más cerca, una mancha blanca que se me acercaba.

Un sacristán, posiblemente el reverendísimo de Anne en persona.

Saqué la carta de mi tío clérigo de Gales que se suponía me permitiría hablar con el de Anne y me toqué el bolsillo trasero para asegurarme de no haber perdido el diccionario Oxford de la lengua inglesa, revisado, con suplementos históricos en microfichas, que me había llevado a escondidas de la biblioteca bodleiana.

No podía sacarlo en medio de una conversación, pero con suerte superaría el primer encuentro guiándome por el contexto y luego buscaría las palabras que no conociese.

¿Eres de la PAA? Dijo.

No era mayor que yo, una cabeza más bajo y mucho más delgado.

Tenía un aspecto casi estético.

Me recordó a Kibrin.

No iba de blanco sino que agarraba una forma blanca contra el pecho.

En otras circunstancias hubiese creído que era una almohada.

En otras circunstancias hubiese sabido qué me decía, pero no había tenido tiempo para desaprender el latín de la zona baja del Mediterráneo y la ley judaica y aprender Cogney y los procedimientos para los bombardeos.

Dos días, y el estimado Dunworthy había querido hablar sobre la carga salvada de los historiadores en lugar de explicarme que era una PAA.

¿Sí? Me insistió.

Consideré la posibilidad de sacar el diccionario, después de todo, justificándome con la excusa de que Gales era un país extranjero, pero no me pareció que tuviesen microfilmes en 1940.

PAA.

Podía ser cualquier cosa, incluso el nombre popular de la brigada de incendios, en cuyo caso el impulso de decir que no no resultaría el más adecuado.

No, dije.

De pronto siguió adelante, dejándome atrás, y miró por las puertas abiertas.

Maldición, dijo, volviendo a mi lado.

Entonces, ¿dónde están? Vaya un montón de fulanas ociosas y burguesas.

Pues vaya con lo de entender las cosas por el contexto.

Me miró de cerca, suspicaz, como si creyese que sólo fingía no ser de la PAA.

La iglesia está cerrada, dijo al fin.

Le mostré el sobre y dije.

Mi nombre es Bartolomew.

¿Está el de Aunt Matthews? Miró un momento más a la puerta, como si esperase que esas vagas fulanas burguesas entrasen en cualquier momento y tuviese la intención de atacarlas con el saco blanco.

Luego se volvió y me dijo, como si fuese el guía de una visita turística.

Por aquí, por favor.

Se sumergió en las tinieblas.

Me llevó a la derecha recorriendo el pasillo sur de la nave.

Gracias a Dios había memorizado la planta cero, en ese momento, adentrándome en la oscuridad más absoluta, guiado por un sacristán enfurecido, la metáfora desquiciada de mi situación habría sido suficiente para enviarme de vuelta por las puertas de la iglesia.

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