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La ContraHistoria
Bárbaros en defensa de Roma

Bárbaros en defensa de Roma 3g6e1e

23/5/2025 · 01:06:12
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La ContraHistoria

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A lo largo de los siglos IV y V el imperio Romano, que acababa de atravesar una profunda crisis en el siglo III, adoptó una política pragmática pero no exenta de riesgos. Los emperadores de esta época decidieron incorporar guerreros bárbaros a sus propias filas. Lejos de ser meros mercenarios que se alistaban de forma aislada y esporádica, estos grupos, conocidos de forma genérica como “foederati” o federados, se convirtieron en un componente vital y estructural del ejército tardorromano. Llegaron a integrarse plenamente en las legiones, desempeñaron un papel importantísimo en la defensa de Roma y sus jefes ascendieron hasta convertirse en figuras políticas de primera magnitud. La decisión de recurrir a contingentes bárbaros no fue casual. El Imperio, especialmente en su mitad occidental, se encontraba empobrecido y tenía serias dificultades para reclutar ciudadanos romanos en número suficiente. Las continuas guerras civiles, las epidemias y quizá una posible aversión al servicio militar entre una población ya totalmente romanizada, mermaron las fuentes tradicionales que habían nutrido las levas durante cientos de años. En contrapartida, estas tribus germánicas formadas por godos, francos, alamanes, vándalos o sármatas, constituían una fuente abundante de soldados experimentados, muy valientes y con gran tradición guerrera. Los acuerdos con estos pueblos variaban en función de la época y el lugar. En unos casos se trataba de “laeti”, grupos de bárbaros derrotados o prisioneros a los que se permitía asentarse en tierras dentro del imperio a cambio de realizar el servicio militar. En otros casos se trataba de “foederati”, naciones bárbaras enteras que, mediante un tratado, el “foedus", se aliaban con Roma. A cambio de dinero, suministros, o el derecho a asentarse en provincias cercanas al limes, estos pueblos se comprometían a luchar bajo el estandarte romano cuando se les requiriera. En origen la intención de los emperadores era utilizar a los bárbaros como tropas auxiliares, pero siempre manteniendo el mando en manos de oficiales romanos. Con el tiempo la dependencia de estos contingentes creció de forma exponencial. Los “foederati" conservaban a sus propios jefes tribales y se valían de sus tácticas de combate. Eso ocasionó una "barbarización" progresiva en el ejército romano. Figuras de origen bárbaro, como el vándalo Estilicón o el godo Ricimero, ascendieron a las más altas esferas del poder militar y político, actuando como verdaderos "hacedores de emperadores”. Ya en el siglo V la hija de Teodosio el Grande, Gala Placidia, llegó incluso a casarse con el rey godo Ataúlfo. Esta simbiosis fue también fuente de tensiones. La lealtad de los “foederati” era a menudo frágil y dependía del cumplimiento de los pactos por parte de un Imperio cada vez más debilitado y con menos recursos. Cuando las pagas se retrasaban o los acuerdos se rompían, esos mismos guerreros que defendían las fronteras podían volverse contra Roma. Ese fue el origen de revueltas como la de los visigodos, que culminó con el saqueo de Roma en el 410 capitaneado por Alarico, un antiguo “magister militum” al servicio de Roma. En última instancia, la incorporación masiva de bárbaros al ejército romano, terminó por fragmentar el poder imperial en la parte occidental del imperio. Los antiguos bárbaros fueron sentando las bases de los futuros reinos germánicos que sucederían al imperio. El fin llegó con la deposición por parte de Odoacro, un jefe hérulo que había servido antes a Roma, del último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, en el año 476. Para tratar este tema tenemos hoy en La ContraHistoria a Federico Romero, un historiador que acaba de publicar un libro magnífico, “En defensa de Roma”, prologado por nuestro común amigo José Soto Chica. En el prólogo José define el libro como “una de esas obras que uno siempre quiso leer y que nunca pudo, sencillamente porque nadie había sido capaz de escribirla de forma certera y atractiva”. Como vemos, nadie mejor que Federico para meterse a fondo con una parte de la historia de Roma sobre la que se suele pasar de puntillas. Bibliografia “En defensa de Roma: Bárbaros al servicio del Imperio” de Federico Romero Díaz - https://amzn.to/4jiD5eS “Imperios y bárbaros” de José Soto Chica - https://amzn.to/3ZlEbQb “El águila y los cuervos: la caída del imperio romano” de José Soto Chica - https://amzn.to/4kunauX “Historia de los pueblos bárbaros de Europa” de Daniel Gómez Aragonés - https://amzn.to/3F8wl5w · Canal de Telegram: https://t.me/lacontracronica #FernandoDiazVillanueva #imperioromano #barbaros ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/298566 2t1q1f

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A lo largo de los siglos IV y V, el imperio romano, que acababa de atravesar una profunda crisis en el siglo III, adoptó una política pragmática pero no exenta de riesgos. Los emperadores de esta época decidieron incorporar guerreros bárbaros a sus propias filas, lejos de ser meros mercenarios que se alistaban de forma aislada y esporádica.

Estos grupos, conocidos de forma genérica como federati o federados, se convirtieron en un componente vital, vital y estructural, del ejército tardoromano. Llegaron a integrarse plenamente en las legiones, desempeñaron un papel importantísimo en la defensa de Roma y sus jefes ascendieron hasta convertirse en figuras políticas de primera magnitud.

La decisión de recurrir a contingentes bárbaros no fue casual. El imperio, especialmente en su mitad occidental, se encontraba empobrecido y tenía serias dificultades para reclutar ciudadanos romanos en número suficiente. Las continuas guerras civiles, las epidemias y quizá una posible aversión al servicio militar entre una población ya totalmente romanizada mirmaron las fuentes tradicionales que habían nutrido las levas durante cientos de años. En contrapartida, estas tribus germánicas, formadas por godos, francos, alamanes, vándalos o sármatas, constituían una fuente abundante de soldados experimentados, muy valientes y con gran tradición guerrera. Los acuerdos con estos pueblos variaban en función de la época y el lugar.

En unos casos se trataba de la eti, grupos de bárbaros derrotados o prisioneros a los que se les permitía asentarse en tierras dentro del imperio a cambio de realizar el servicio militar. En otros casos se trataba de Federati, naciones bárbaras enteras que mediante un tratado, el afoedus, se aliaban con Roma.

A cambio de dinero, suministros o el derecho a asentarse en provincias cercanas al límez, estos pueblos se comprometían a luchar bajo el estandarte romano cuando se les requiriera. En origen, la intención de los emperadores era utilizar a los bárbaros como tropas auxiliares, pero siempre manteniendo el mando en manos de oficiales romanos. Con el tiempo, la dependencia de estos contingentes creció de forma exponencial.

Los Federati conservaban a sus propios jefes tribales y se valían de sus tácticas de combate. Esto ocasionó una barbarización progresiva en el ejército romano. Figuras de origen bárbaro, como el vándalo Estilicón o el godo Ricimerum, ascendieron a las más altas esferas del poder militar y político, actuando como verdaderos hacedores de emperadores.

Ya en el siglo V, la hija de Teodosio el Grande, Gala Placidia, llegó incluso a casarse con el rey godo Ataulfo. Esta simbiosis fue también fuente de tensiones.

La lealtad de los Federati era a menudo frágil y dependía del cumplimiento de los pactos por parte de un imperio cada vez más debilitado y con menos recursos. Cuando las pagas se retrasaban o los acuerdos se rompían, esos mismos guerreros que defendían las fronteras podían volverse contra Roma. Ese fue el origen, por ejemplo, de revueltas como la de los Visigodos, que culminó con el casaqueo de Roma en el año 410, capitaneado por Alarico, un antiguo magister militum al servicio de Roma.

En última instancia, la incorporación masiva de bárbaros al ejército romano terminó por fragmentar el poder imperial en la parte occidental del imperio. Los antiguos bárbaros fueron sentando las bases de los futuros reinos germánicos que sucederían al imperio. El fin llegó con la deposición por parte de Odoacro, un jefe érulo que había servido antes a Roma, del último emperador de Occidente, Cúmulo Augustulo, en Ravenham, en el año 476.

Para tratar este tema tenemos hoy en la Contrahistoria a Federico Romero, un historiador que acaba de publicar un libro magnífico. En defensa de Roma se titula, y lo tengo aquí conmigo, su libro estupendo, prologado por nuestro común amigo José Sotochica. En el prólogo José define el libro como una de esas obras que uno siempre quiso leer y nunca pudo, sencillamente porque nadie había sido capaz de escribirla de forma tan certera y atractiva.

Como vemos, nadie mejor que Federico para meterse a fondo con una parte de la historia de Roma sobre la que se suele pasar de puntillas. Tengo frente a mí a Federico Romero Díaz, compartimos apellido, lo que pasa es que yo lo tengo en primer lugar y él lo tiene en segundo lugar, es decir, que los dos nos llamamos Díaz, lo que significa que somos por un lado herederos del Cid de Campeador, que se llamaba Díaz, y segundo familiares lejanos, aunque bueno, que bien sabes que todos somos familiares lejanos, porque nuestros antepasados fueron muy pocos.

Bueno, Federico ha venido a hablar aquí, a la Contrahistoria, por primera vez, espero que venga más veces. Federico es historiador, además tiene una profesión bien bonita.

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