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Awara. Capítulo 55: "Las flechas del tiempo entre barrancos" (FINAL)

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4/5/2025 · 08:52
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Awara

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Aldo Oramas cierra el círculo con un descubimeinto silencioso. Fin del audiolibro. Dedico el audiolibro "Awara" a mi compañera, esposa y apoyo Maria Auxiliadora, Auxi. Ella ha sido un constante apoyo e inspiración. Si existen emociones en el texto y en la música es por ella. Texto Literario: Francisco V. Rodríguez. Novela "Awara", 2024.  Música: compuesta e interpretada por Francisco V. Rodríguez. Todos los derechos reservados y protegidos legalmente. Prohibida su difusión sin permiso. [email protected]  1kn56

Lee el podcast de Awara. Capítulo 55: "Las flechas del tiempo entre barrancos" (FINAL)

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Como era costumbre en la familia de Oramas, viajaron hasta El Batán, en la isla de Tenerife, un caserío en el interior del Parque Natural de Anaga, donde les esperaba la Casa Roja, situada a media altura en el barranco del río.

En esa vivienda en alquiler, años atrás, Aldo Oramas había dirigido su ingenio a la comprensión matemática de procesos relacionados con la inteligencia artificial y especialmente con la topología. Vivió allí trece años.

Al fundar su empresa Abora AG, tuvo que viajar cada quince días a Suiza o a la Isla de las Flores, en las Azores.

Ahora, junto a sus amigos los Betancourt, su pareja Dorotea y las niñas, disfrutaban plenamente de un ecosistema natural idílico.

Catalina era quien más disfrutaba del perro presa canario, Tan, de nueve años, que Aldo había criado desde cachorro. Era leal con la familia y precavido con los extraños.

Las niñas no podrían estar más seguras que junto a él.

La vida en el Batán era apacible. Comían en el restaurante de Agustín y Pedro Betancourt, ambos ex luchadores canarios, que adoraban por igual a las pequeñas.

Dorotea y Aldo tenían tiempo para sí mismos y también para visitar la costa de Punta Hidalgo y relajarse en las calas formadas por lava en su abrazo con el mar.

Mitad arena, mitad angostas piedras negras.

Dorotea, mujer reservada, no mostraba especial predilección por las playas del sur o de Santa Cruz de Tenerife.

Prefería la sombra de la higuera en el discreto patio del Batán.

Nada era allí especial, o tal vez todo lo era.

Desde el punto de vista de las exigencias sociales, Anaga ofrecía la experiencia de vivir como un clan primitivo, lejos de ciudades en las que las personas se sienten como desconocidas.

El 5 de abril coincidía con el nacimiento de Nieves María y Acerina, abuela y madre de Aldo.

En esa fecha, el cuadro de San Sebastián, heredado de su madre, se exponía en un rincón discreto de la ermita del Batán Alto, dedicada a la Virgen de Candelaria.

Esta tradición se había mantenido en la pequeña comunidad durante 15 años ininterrumpidos y era un acontecimiento esperado que Agustín sabía aprovechar en su restaurante.

Aquel grupo de personas era en quien Aldo confiaba plenamente, personas sencillas y nobles con las que había establecido lazos genuinos que sólo requerían palabras precisas y buena voluntad.

Para ellos, el que fuera un extraño ermitaño de la Casa Roja del Barranco del Río, con el tiempo, se convirtió en uno más, con sus peculiaridades.

Conocían el carácter introvertido del matemático y sabían que, cuando fuera necesario, él estaría allí para apoyar.

El acto fue sencillo. Llegaron y colgaron el cuadro en un espacio disponible.

Los creyentes rezaron y los no creyentes ofrecieron sus mejores recuerdos.

El cuadro permanecería allí, sin vigilancia directa, hasta las 19 horas, momento en que lo devolverían a la casa de los Bethancourt.

La pintura también enviaba un mensaje de resistencia a los habitantes de Anaga.

Aldo rendía un homenaje íntimo a su madre y a su abuela.

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